lunes, 10 de diciembre de 2007

Diversión Pírrica

La arena del circo estaba siendo limpiada de los despojos de los últimos esclavos que habían sido descuartizados por las brujas. El público se había calmado un poco, pero volvió a prorrumpir en gritos y aplausos cuando una de las brujas, la súcubo, alzó su empalador hacia el trono del arconte.

Los siervos despejaron por fin el terreno de lucha y la puerta de los esclavos se abrió. La figura que salió del interior sorprendió a todos los eldars oscuros. Era un marine espacial humano. No llevaba puesta su imponente servoarmadura blanca, sólo los pantalones marrón oscuro y las botas negras de un guardia imperial que le habían dado para salir a combatir. Prácticamente todo su torso estaba cubierto por una especie de coraza negra con conexiones y enchufes incrustados. Una espada envainada colgaba de su cinturón. De su cabeza rapada sólo colgaba una coleta larga y oscura como sus bigotes. Se trataba de un Cicatriz Blanca, un capítulo que odiaba a los eldars oscuros desde que su Primarca, Jaghatai Kahn desapareciera persiguiendo a una partida de aquellos alienígenas. El esclavo avanzó con pasos estudiados, como si estuviera en una ceremonia, hasta el centro de la arena. Su mirada cruzó un furioso desafío con la del arconte. Éste le observó con desprecio desde la sombra que bañaba su trono, fijándose en la vaina de la espada ligeramente curvada hacia atrás. Alzó un brazo señalando hacia el público y gritó:

¡Sucios alienígenas! ¡Os arrepentiréis de pretender que un Cicatriz Blanca os divierta!

Antes de que hubiera acabado de hablar su voz quedó ahogada por los gritos y abucheos del público, que le imitó señalándole con el dedo. El arconte se agitó envuelto en su capa negra, como si riera. El marine estaba seguro de que ninguno de los presentes le había entendido.

Una bruja se le acercó agazapada, sosteniendo en alto un falce y una cuchilla con dos hojas. El humano no se enfrentó a ella, pero la siguió con la mirada. Él era mucho más alto y su corpulencia hacía que las brujas no parecieran rivales a tener en cuenta, pero ellas eran ocho y él sólo uno. Lentamente cogió la vaina con una mano y empuñó la espada con la otra, pero no cambió de postura. El público empezó a impacientarse mientras la bruja se le acercaba por la izquierda. Estaba ya a sólo un salto del marine...

Ocurrió tan rápido que los presentes sólo pudieron ver el resultado del fugaz enfrentamiento: la bruja eldar oscuro tendida en medio de un charco de sangre con el pecho cruzado por un profundo tajo. El marine había movido su sable tan aprisa que sólo se vio el borroso destello de su campo de energía brillando en el aire. Volvió a su postura inicial, como si nada hubiera pasado.

Todo el público enmudeció de repente y el resto de las brujas rugieron clamando venganza. Se le acercaron todas a la vez, siete en total. Le rodearon con sinuosos movimientos y carreritas de aspecto inocente. El marine permaneció inmóvil, pasando la mirada de un enemigo a otro rápidamente. Las gradas ya no gritaban, sólo murmullos recorrían el estadio.

La súcubo bruja amenazó con su empalador mientras mantenía detrás de ella su filo-red. La otras estaban a su alrededor oscilando sus armas. Una de ellas se estaba contoneando sensualmente, como para distraerle, y acariciándose la piel con uno de sus cuchillos. Mientras la miraba, otra se abalanzó por su derecha.

El marine la partió en dos en un solo movimiento. La bruja obscena le atacó con sus cuchillos. Con un rápido giro bloqueó el primero, detuvo con la mano el segundo y abrió en canal a su dueña con un corte vertical. Manejaba la espada trazando amplios arcos, girando la muñeca para bloquear los ataques y ejecutando sus movimientos como si se tratara de una danza estudiada, pero que adaptaba al instante a los ataques de sus oponentes. Sostuvo su arma ante sí con ambas manos, a la espera.

Ya sólo quedaban cinco brujas. El marine empezó a dar lentos pasos laterales, girándose para ir enfrentándose a cada una de ellas. Las brujas le gruñían con expresiones brutales en sus rostros.

Se giró rápidamente en redondo para enfrentarse a la que tenía a la espalda. La súcubo, a su izquierda, le lanzó su filo-red.

Con una sola mano, realizó dos giros de su sable que redujeron la red a trizas. Trazó un arco descendente hacia la bruja que tenía delante, que lo bloqueó con sus cuchillos hidra, pero él giró la muñeca para evadir su defensa y la alcanzó en la pierna. La bruja se arrodilló gimiendo de dolor y él la lanzó al suelo de una patada en el pecho. Dio media vuelta a la derecha ejecutando un corte horizontal que atravesó el cuello de otro rival. Sin dejar de girar tiró a otra al suelo de una patada en la cabeza y atacó a una tercera con su espada, que chocó contra las armas de ésta. Con una patada en el abdomen la lanzó dos metros hacia atrás.

El Cicatriz Blanca sabía que era muy extraño que le hubieran dado su espada. Pero era consciente de que estaba en Comorragh, la ciudad de los eldars oscuros, y de que nadie salía con vida de una de sus arenas de circo. Pero hasta que le llegara su hora estaba dispuesto a matar a cuantos alienígenas fuera capaz. Si eso les resultaba divertido, ¡A él, más aún!.

La súcubo y la otra que quedaban en pie le atacaron a la vez. La líder de las brujas le atacó con su empalador. Lo esquivó y agarró el mango con la mano libre, bloqueó el enorme garfio que la otra utilizaba como arma y le dio un cabezazo a la súcubo, pero la otra le hirió en el brazo con la punta del garfio y le arrebató su espada de la mano antes de ser despedida de una patada. La súcubo forcejeó con él para que soltara su arma, pero le propinó otro cabezazo en la cara seguido de un puñetazo en el abdomen y un golpe ascendente a la barbilla con el mango de su propio empalador. Otras tres brujas se le acercaron, pero él empezó a hacer molinetes con el arma en forma de tridente, blandiéndolo como si manejara una lanza de energía de los motoristas Cicatrices Blancas, y se detuvieron.

Siguió haciendo girar el arma, con una mano y con ambas alternativamente. Esta vez fue el primero

en atacar. Atravesó a una de ellas con las tres hojas de la lanza, la retiró y bloqueó con el mango una espada, golpeó a la bruja que la blandía con el otro extremo del mango y la alejó con una patada. Intentó decapitar a la siguiente, la que estaba herida en la pierna, pero ésta detuvo el empalador con sus cuchillas. La súcubo, que había recogido la espada de una de las brujas muertas, intentó abrirle la cabeza con un tajo vertical pero el arma chocó contra el mango del empalador. El Cicatriz Blanca sonrió por un inapreciable microsegundo cuando hundió profundamente el filo del tridente en el costado de la súcubo. Lanzó una patada hacia atrás que derribó a la bruja tullida. Oyó cómo una tercera se movía a su espalda. Agitó el arma para deshacerse del cuerpo pero la espinosa hoja del empalador se había enganchado en la carne de su presa como si la mordiera. No tuvo más opción que soltarlo y defenderse.

Se giró y bramó tan terroríficamente a la bruja que ésta dio un paso atrás. Mientras avanzaba vio su propio sable en las manos de la alienígena. Esquivó el primer tajo en diagonal, se agachó evitando el segundo y la golpeó con un gancho a la barbilla y un golpe bajo en el abdomen. La agarró por la muñeca, trabándole el brazo en una especie de llave, y le dobló el codo al revés con un desagradable chasquido. La espada del marine cayó al suelo. Se oyó un segundo chasquido de huesos rotos antes de que la eldar oscuro callera junto al arma con el cuello partido.

El público estaba abucheando e insultando al marine espacial. Una de las brujas seguía viva, pero gravemente herida. Sangraba profusamente por la herida de la pierna. Debía de tener una vena principal seccionada pero aun así había vuelto a ponerse de pie con sus dos cuchillos hidra preparados para combatir. El humano sonrió con malicia mientras se acercaba a ella en posición de combate, con una pequeña venganza por su Primarca al alcance de la mano. El enfrentamiento fue breve. El Cicatriz Blanca bloqueó el cuchillo izquierdo, se agachó para evitar el derecho y le cercenó en redondo la pierna sana con un tajo ascendente. La eldar cayó boca abajo sin poder evitarlo, gritando de dolor y desangrándose peligrosamente por sus heridas. El Cicatriz Blanca permaneció de pie a su lado. Miró al arconte y luego pasó la vista por las gradas con una amenazante advertencia en sus ojos, y decidió poner fin a la existencia de la gladiadora con un brutal pisotón en la nuca.

Todo el estadio estaba reverberando con los gritos y aullidos de los eldars oscuros. Algunos grupos intentaban quitarles las armas a los guerreros que vigilaban que nadie escapara de la arena. El arconte se puso en pie sobre su trono y se echó su negra capa de terciopelo hacia atrás. Su armadura imitaba a un cuerpo desollado, llena de músculos de un rojo oscuro que casi imitaba el color de la sangre seca y tenía varios adornos en las articulaciones y las hombreras de color hueso. Su propio yelmo estaba decorado de forma que parecía una calavera surgiendo de un fondo de sangre. La gente empezó a silenciarse conforme le veía.

¡Lo habéis visto! -gritó el arconte en su intrincada aunque hermosa lengua- ¡Los humanos son una raza débil, que se resguarda en su número! ¡Pero pueden llegar a ser poderosos! -señaló con un dedo al marine espacial- ¡Y su deplorable tecnología puede concebir injertos mutantes como éste capaz de rivalizar con nuestras brujas!

Hizo una pausa mientras el público seguía insultado y escupiendo al humano, que sólo les miraba con desdén.

¡Ahora vais a poder ver -prosiguió- que incluso estas armas son inútiles contra nuestros guerreros! ¡La tecnología de las razas inferiores no puede rivalizar contra nuestro arte de hacer la muerte!

Gritos de aprobación inundaron el estadio. Los eldars oscuros gritaron más alto cuando uno de los íncubos del arconte saltó del palco. Cayó de pie sobre una de las escalinatas que había entre las filas de asientos y corrió hacia el terreno de lucha. Con una altísima voltereta sobrepasó a los guardias que rodeaban el pozo y cayó en la arena.

El marine se enfrentó a su nuevo rival. Llevaba una armadura negra como la noche. En la máscara de su yelmo, blanca y alargada como una espectral calavera, dos ojos rojos brillaron impasibles. Un ornamento en forma de cola de escorpión surgía de la nuca del casco y se doblaba hacia adelante por encima de su cabeza. Alzó una especie de pequeña hacha y de improviso el mango se extendió hasta alcanzar metro y medio de longitud, como una alabarda corta. Con súbitos movimientos volteó y giró el arma en una demostración de habilidad y destreza. Ejecutó puñetazos y patadas intercalados entre los tajos y molinetes del castigador.

El Cicatriz Blanca caminó alrededor de él. Le miraba siempre a las gemas rojas que eran sus ojos, como si de ese modo pudiera sopesar su habilidad. El eldar oscuro también tenía la mirada fija en sus ojos. El marine parpadeó y de repente vio que el íncubo se había lanzado contra él.

Evitó por poco un golpe letal y contraatacó, pero el mango del castigador era una magnífica arma defensiva. El íncubo bloqueó y le dio una patada en el abdomen. La sorprendente fuerza del golpe lo obligó a dar un paso atrás antes de rehacerse y bloquear un nuevo tajo que iba a decapitarle. Le dio un puñetazo en la máscara y lanzó una patada giratoria pero el eldar oscuro se agachó rápidamente. Al completar el giro el Cicatriz Blanca volvió a bloquear por poco el castigador y giró la muñeca para atacar por el otro flanco, pero su movimiento fue previsto y bloqueado.

Durante varios minutos los contendientes siguieron atacando, pero ambos tenían una gran destreza y ningún ataque acabó en herida. Parecían bailar una danza mortal en la que una reacción tardía, un error en calcular el siguiente movimiento significaba la muerte. Ambas armas se movían tan rápido que de sus hojas sólo se veían los destellos reflejados en el aire. Los zumbidos y el entrechocar de las mismas apenas eran audibles bajo la rugiente expectación. Luchaban al ataque y contraataque; bloqueaban un golpe y convertían su movimiento defensivo en ofensivo con rápidos movimientos y giros.

El marine bloqueó por la derecha, luego por arriba, atacó al vientre, bloqueó por la izquierda, giró y pateó al íncubo alejándolo unos pasos. Acometió contra el eldar con un rugido pero de nuevo su golpe no alcanzó más que el arma alienígena. El íncubo le golpeó en una pierna con el mango con un chisporroteo de su campo de impacto y le obligó a hincar la rodilla. El Cicatriz Blanca siguió defendiéndose, pero un súbito golpe del mango en la cara le hizo revolcarse por el suelo. Se puso de rodillas justo a tiempo de bloquear otro intento de decapitarle. El íncubo volvió a golpearle en la cabeza y, con un súbito salto mortal hacia atrás, le propinó una patada en plena barbilla que le hizo desplomarse de espaldas. Los eldars gritaron de emoción cuando el íncubo le puso la hoja del castigador en el cuello. Él apartó el arma de un sablazo, pero el íncubo la apartó en el último momento y le cercenó el antebrazo al pasar el golpe de largo.

El marine espacial gritó de dolor mientras la sangre le manchaba la cara y el cuello. El eldar alzó su arma para clavársela en el corazón, pero el Cicatriz Blanca desvió el arma de una patada. Empuñó su espada con la mano que le quedaba al tiempo que alejaba al íncubo con otro golpe de ambos pies. Se puso en pie de un brinco con la furia en su rostro. Sangraba mucho por el muñón pero en pocos momentos la hemorragia empezó a remitir. El íncubo no esperó para presenciarlo y volvió al ataque.

La defensa del marine no disminuyó por utilizar la otra mano; los hábiles giros del sable consiguieron bloquear los constantes golpes de la hoja y el mango del castigador entre decargas de energía. Con una rápida maniobra, el íncubo dejó que el humano le bloqueara un golpe con el mango para rajarle la pierna con un sesgo bajo. El marine profirió un corto rugido pero no se detuvo y lanzó un tajo a la cabeza de su rival. El golpe alcanzó el hombro del íncubo produciéndole una gran herida que empezó a teñir de rojo su negra armadura. El eldar oscuro emitió una queja ahogada desde el interior de su yelmo. Encogió el brazo contra el costado mientras se alejaba de su enemigo apuntándole con el castigador en la otra mano. El marine supo que ahora tenía ventaja y cargó contra su rival, pero su pierna herida le respondía muy lentamente y tuvo que apoyar la mano en el suelo para no caerse.

El eldar movió los dedos que sujetaban el castigador y el mango del arma se replegó, acortándose hasta que tomó el aspecto un hacha de mano. Al atacarle, el marine comprobó que era capaz de manejar su arma en las múltiples formas que parecía capaz de adoptar. Todavía era más rápido que él aun con un brazo herido, pero no podría acabar con él. No estaba dispuesto a consentirlo.

Al bloquear un tajo por alto, el íncubo le pateó la pierna herida. Él gritó pero siguió bloqueando los tajos del eldar oscuro. Al desviar otro golpe le dio un puñetazo en el yelmo con la empuñadura del sable, pero el resistente material impidió que el íncubo lo notase siquiera. El íncubo le asestó una patada giratoria en la cara seguida por un tajo a media altura que le rajó el caparazón negro a la altura del costado. A pesar del denso costillar del marine, la hoja había penetrado profundamente en su caja torácica y había alcanzado un pulmón. El Cicatriz Blanca lo supo por la sangre que se le vino a la boca y la repentina falta de aire que le obligó a hincar una rodilla. Se concentró en activar su tercer pulmón y en aislar el que estaba dañado. El eldar se había detenido, probablemente convencido que le había herido de muerte.

¡Necesitarás muchas más heridas como estas para acabar conmigo! -Le dijo al alienígena con los dientes enrojecidos antes de levantarse y volver al ataque.

Lejos de parecer impresionado, el íncubo bloqueó varios tajos a media altura y uno por alto antes de darle una patada en el costado herido. Su siguiente golpe desvió la espada del marine, en un parpadeo se giró y su castigador le atravesó el torso de arriba abajo.

El marine quedó paralizado unos instantes, pero acabó cayendo de rodillas. Había abierto los ojos al máximo y la boca volvió a sangrarle irremediablemente. Acabó desplomándose boca abajo mientras la audiencia se ponía en pié alabando al vencedor. Incluso el arconte se levantó de su trono saludando a su íncubo. Tras un largo rato durante el cual los siervos volvieron a la arena para retirar el cadáver del humano, el arconte volvió a echarse la capa hacia atrás para descubrir su grotesca armadura.

¡Los humanos pueden llegar a ser fuertes! -gritó- ¡Pero no son rivales para los verdaderos guerreros!

El íncubo se dirigió al borde del pozo para saltar fuera. Pero al intentar saltar no pudo levantar los pies del suelo. Volvió a intentarlo pero los músculos de sus piernas no respondían. Al mirarse la herida del hombro el eldar descubrió que la carne y la sangre descubiertas se habían vuelto negras; un signo inequívoco de la acción del veneno de las brujas. La espada del marine debía de haberse impregnado con el veneno que algunas de las brujas utilizaban en sus armas.

El íncubo llegó a esta conclusión justo antes de que sus rodillas quedaran muertas y se derrumbase en la arena como una marioneta sin hilos.

El público se silenció al ver que la muerte del Cicatriz Blanca se había cobrado una nueva víctima, que se sumaba a las ocho brujas que había eliminado en vida. El arconte se sentó. De no ser por que algunas brujas utilizaban veneno en sus armas el íncubo seguiría vivo, pero no podía denunciar algo así. Las brujas habían sido tan incompetentes que no pudieron propinar más que un rasguño en el brazo al marine. Ahora los eldars no tenían un vencedor al que alabar, pero la simple muerte de aquel humano bastó para que se olvidaran rápidamente de ello. El público volvió a gritar con salvaje alegría cuando los siervos retiraron también al íncubo.

por Aertes

El arconte era consciente de que el jefe de su guardia personal, el Gran Íncubo, no iba a estar contento por haber perdido a uno de sus guerreros en una práctica tan irrisoria para ellos como un pozo gladiatorial en lugar de en su deber de protegerle. Podía perder a su escolta de íncubos, y entonces sería más vulnerable a las maquinaciones de los arcontes rivales.

Por el mero hecho de demostrar cuán inferiores eran los humanos podía quedarse expuesto ante sus enemigos. Realmente los humanos eran peligrosos, muy peligrosos.

La audiencia siguió gritando emocionada. Más esclavos habían entrado en la arena y un segundo grupo de diez brujas entró por el otro lado del pozo para continuar con el espectáculo. El arconte no se movió. Al mirar a su Gran Íncubo vio que le estaba devolviendo la mirada directamente a los ojos desde su yelmo con cara de espectro. Supo que no estaba contento.