lunes, 10 de diciembre de 2007

La Ciudad Maldita

por Aertes


INTRODUCCIÓN

Ray estaba sentado en una de las mesas de lectura de la gran biblioteca de su ciudad, Longbow Port. Yarius, el bibliotecario, estaba sentado en su escritorio junto a la entrada, como de costumbre, y hojeando el mismo libro enorme de siempre. Hacía siete años que se conocían pero nunca le había dejado ver ese libraco, ni a él ni a nadie. Y había tapado la cubierta del libro con una tela para que no se viera ni la encuadernación. Ray dejó de pensar en ello y se concentró en su propia lectura.

Ray era un joven de veinticuatro años enormemente interesado por la literatura y el culto imperiales. Pero allí en su ciudad nadie prestaba mucha atención a la religión ni a esos temas. Longbow Port sólo era una estación de aterrizaje de naves comerciales donde la gente acudía de todas partes una vez cada seis meses para comprar lo que los cargueros traían, pero nadie atravesaba el desierto que aislaba la ciudad el resto del año. Muchos de los trabajadores que la erigieron, no hace mucho, se quedaron en sus alrededores para vivir y la comunidad creció. En la ciudad en sí no había más de unos ochenta o noventa mil habitantes, y la mayoría eran granjeros o eran propietarios de los comercios de allí. La ciudad se dividía en cinco zonas. La zona norte era el puerto espacial propiamente dicho. En la zona este se encontraba la administración; el ayuntamiento y el departamento de policía. Las zonas central, oeste y sur no eran sino zonas comerciales de abstecimiento donde se repartía la mercancía de los cargueros. Y despertigadas por las afueras había granjas y tierras de cultivo. Hacía más de un mes que había pasado el último cargero de modo que hasta dentro de cinco meses más o menos la ciudad permanecería olvidada para el resto de las ciudades de aquel sector planetario.

Ray era hijo de Lloyd Calahan, un granjero que criaba Wavets para vender su carne. Su padre era genial pero nunca le escuchaba cada vez que empezaba a hablar de lo que había aprendido aquel día en la biblioteca, donde se pasaba la mayor parte del tiempo. Había llegado a entablar una gran amistad con el bibliotecario, Yarius.

Pasó otra página. Ray iba por la página ciento ochenta y cuatro del libro “ARMAS IMPERIALES, LA MEJOR RESPUESTA PARA UN ALIENÍGENA”, escrito por un coronel de la guardia imperial y un tecnoadepto. El libro no sólo contenía detalladamente los desgloses y las características de todas las armas utilizadas por la guardia imperial, sino que pretendía inculcar un sentimiento espiritual por las armas comentando su función de defender al Emperador y a la Humanidad. Acercó su rostro más a la página para ver mejor el complicado entramado interior de un rifle Infierno ilustrado bajo su descripción.

Yarius se acercó a la mesa de Ray con el gran libro bajo el brazo. Su túnica blanca y marrón colgaba de sus anchos hombros sobre el suelo del mismo modo que su melena plateada, antes dorada, colgaba de los bordes de su calva. Su anciana faz traía una sonrisa llena de simpatía.

- Es hora de cerrar, Ray -le dijo con una voz carrasposa pero nítida- Es bastante por hoy.

- ¿Ya? -dijo Ray- ¡No hay suficientes horas en el día!

- Has estado aquí cinco horas, Ray, y menos mal que he conseguido que salgas a comer algo. Debes tomarte tiempo para pensar sobre lo que has leído y asimilarlo bien.

- ¡Pero no puedo parar, Yarius! -replicó el joven- ¡Hay tanto que aprender aquí!

- ¡Vaya, hay pocas personas en esta ciudad que piensan así! -dijo Yarius con una leve carcajada.

- Seguro de que sí. La gente de esta ciudad tiene el culto al Emperador muy olvidado, me gustaría que más gente pensara como yo.

El anciano bibliotecario amplió su sonrisa al oír estas palabras.

- Y a mí también, me encantaría que más gente viniera aquí a leer estos antiguos manuscritos, aprender la historia de nuestra raza, nuestros logros. En fin, será mejor que te marches, Ray, o tu padre se preocupará. Llévate ese libro si quieres y acábatelo en casa; ya me lo traerás cuando quieras.

- Gracias, Yarius. Te lo traeré mañana.

El viejo asintió riendo, como si hubiera adivinado lo que Ray iba a decirle.

Ray no había dado dos pasos en dirección a su camioneta cuando el sonido de una alarma inundó la calle. Las farolas que disolvían la oscuridad nocturna encendieron otra de sus luces, una roja.

- ¿Ray? -Yarius había salido de la biblioteca a ver qué era el sonido- ¡Es la alarma de invasión! ¡Vete a casa! ¡Rápido!

- ¡Y tú, enciérrate bien en la biblioteca y no salgas! -le replicó Ray. El joven montó en la cabina del vehículo y se dirigió a toda prisa hacia la granja de su padre.

Yarius observó un momento cómo la camioneta se alejaba a toda velocidad calle arriba. Acto seguido entró en la biblioteca y activó un interruptor. Una pesada compuerta cerró sus mandíbulas metálicas sobre el hueco de la puerta, casi ahogando el ruido de alarma del exterior; las ventanas fueron selladas de forma similar. Segundos después oyó el sonido de su comunicador. Abrió un cajón de su escritorio y lo cogió.

- Soy yo, Yarius -dijo la voz del gobernador civil de Longbow Port a través del comunicador. Yarius no sólo era el bibliotecario, también era el erudito, el hombre más sabio de la ciudad.

- Gobernador, ¿Qué es lo que ocurre?

- He recibido un mensaje del gobernador de Jubilee Station, la ciudad vecina -se notaba su estado de nerviosismo- Decía que la ciudad está siendo atacada por una fuerza invasora desconocida, pero el mensaje se cortó y no pude volver a establecer contacto. Te necesito en el ayuntamiento para discutir la situación.

- ¿Qué es lo que hay que discutir? -preguntó Yarius- si habéis recibido un mensaje de invasión lo que debéis hacer es organizar a la guardia urbana y poner Longbow Port en estado de sitio.

- ¡No puedo hacer eso! -replicó el gobernador- ¡Si pongo a esta ciudad en una cuarentena de invasión los cargueros espaciales de los dos próximos semestres no vendrán y Longbow Port se arruinaría! ¡No pienso correr ese riesgo hasta estar seguro de qué es lo que ocurre! ¡Y para ello necesito vuestro consejo aquí!

- Ya os he dicho lo que creo que deberíais hacer -el tono de Yarius era mucho más sereno que el del gobernador- Francamente creo es preferible un tiempo de hambre a una eternidad de lamentos.

- ¡No sabe lo que dice! ¡Usted sabrá más que nadie en la ciudad acerca de sus tonterías religiosas pero yo sé que Longbow Port no puede ponerse en cuarentena por una falsa alarma!

- Sabed que seríais condenado a muerte en el acto si dijerais esas palabras ante cualquier otro servidor del Imperio -el tono de Yarius se volvió desafiante-. En cuanto a lo de falsa alarma, acabáis de decirme que habéis recibido un mensaje...

- ¡Eso aún no está confirmado! ¡Hasta que pueda contactar con Jubilee Station ese mensaje carece de sentido! ¡Ahora venga al ayuntamiento! ¡No me obligue a enviar a algunos guardias a buscarle!

- Está bien, gobernador. Ahora mismo salgo para allá -contestó Yarius antes de cortar la comunicación y soltar un largo suspiro.

DELIVERACIONES

La camioneta de Ray llegó a la granja donde el joven se había criado con sus padres, a un kilómetro escaso de la ciudad. Dejó la camioneta en el cobertizo junto a los inmensos corrales de Wavets y entró corriendo en la casa. La misma luz roja de las farolas de la ciudad brillaba sobre la puerta, ya no se oía la sirena.

Al entrar en el salón de la casa su padre apareció por otra puerta con su rifle de cazar búfalos Kurns y le con un abrazo antes de conectar un interruptor que selló puertas y ventanas con compuertas, convirtiendo la casa en un búnker. Ray entró en su habitación y sacó del armario su escopeta imperial Predator y una larga canana repleta de cartuchos del 15. Volvió al salón. Su padre le dijo que comprobara la cocina y el desván allí mientras él comprobaba que la casa estaba sellada en las restantes habitaciones.

Yarius se encontraba en la sala de debates del ayuntamiento de Longbow Port, sentado en una mesa junto a los demás personajes de la ciudad, incluido el orondo gobernador. El erudito era el único que no intervenía en la airada discusión que flotaba a su alrededor; se limitaba a escuchar con la cabeza baja, incapaz de comprender tanta estupidez.

- ¡Repito a los miembros de este consejo que no voy a permitir que los cincuenta mil comerciantes y granjeros de esta ciudad se arruinen sin tener una razón de peso! -decía el gobernador.

- ¿Qué otra razón necesita aparte del aviso de una ciudad vecina de una invasión? -le respondió Michael Hargus, el capitán de la guardia urbana de la ciudad- ¡Sólo tiene que autorizarme a enviar un grupo de reconocimiento al Este! ¡Si hay algún ejército invasor lo encontraremos y tendrá su puñetera razón de peso para arruinar esta ciudad y salvar a sus noventa mil habitantes!

- El gobernador tiene razón -discutió Sir Edion, quien llevaba la contabilidad del comercio con las naves comerciales- Establecer una alarma de cuarentena supondría unas pérdidas del ciento setenta por ciento para cada comerciante de Longbow Port, en el mejor de los casos.

- Entonces, ¿Estáis de veras dispuestos a arriesgar noventa mil almas con tal de asegurar su comercio? -preguntó Yarius- ¡Es una afrenta imperdonable al Emperador!

- ¡No empiece con sus monsergas espirituales, Yarius! -le interrumpió el gobernador- ¡Usted está aquí como asesor para aclararnos qué hacer, no para darnos una de sus lecciones!

- ¿Olvidáis qué motivo me trajo a este planeta y a esta ciudad? -dijo el erudito.

- ¡No, no lo olvido! ¡Usted vino para meternos todas esas tonterías de la “cultura imperial”, pero aquí no es ninguna autoridad y nadie se toma sus discursos en serio! ¡Así que limítese a aclararnos lo que necesitemos saber y nada más!

- ¡No creáis que me voy a callar mientras vos os pasáis de manos las vidas de toda esta gente! ¡Yo represento al voluntad del Emperador aquí y exijo que se me escuche!

- ¡Bien! Capitán Hargus, estoy de acuerdo con que envíe un pequeño grupo de exploración -el gobernador se negó a seguir discutiendo con Yarius, quien se recostó en su sillón intentando serenarse, pero clavando una viva mirada en la mofletuda cara del gobernador- Pero quiero que la discreción sea máxima; sólo los que estamos aquí debemos saber que enviamos a un grupo a inspeccionar los alrededores. Este pueblo ya está acostumbrado a falsas alarmas que no terminan en nada.

- ¡Ya era hora! -dijo Hargus antes de abandonar la sala con paso ligero.

Los ánimos empezaron a enfriarse en la sala de debates. Yarius aún tenía una mirada odiosa sobre el gobernador, quien se esforzaba por ignorarle. El erudito comenzó a hablar de nuevo con un tono suplicante, esperando que hiciera más efecto que los gritos. No le costó convencer al gobernador de que diera la orden de organizar a la guardia urbana, ya que ello era un acto normal en la ciudad tras una alarma de invasión y nadie podía alarmarse más de lo necesario. Sir Edion dio su aprobación tras mencionar que ello no podía llegar a oídos de los comerciantes. Yarius suspiró largamente ahogando un nuevo reproche hacia la actitud del tesorero.

En casa de Lloid Calahan, el comunicador sonó. Ray contestó; era Johan Flinn, de la granja vecina. También se había encerrado en casa y preguntaba si sabían algo acerca de la alarma. Ray dijo que no. Lloid entró en el salón y le pidió el comunicador a su hijo. Mientras su padre hablaba Ray volvió a sentarse en el sofá. La última alarma que se había declarado en la ciudad fue a causa de una fuga en la ciudad colmena Norgunter, a cuatrocientos kilómetros al norte de Longbow Port. Algunas bandas se habían escapado por los sistemas de ventilación del submundo de la colmena, y su ciudad era la más cercana. Por suerte el yermo desierto que les separaba de la ciudad colmena acabó con muchos pandilleros antes de que éstos pudieran llegar a la ciudad, que fue puesta en alerta por las altas esferas de Norgunter. Como ahora, todas las casas de las afueras de la ciudad disponían de dispositivos que las convertían en búnkers fortificados, inasaltables sin armamento pesado. Eran las ciudades clase Asedio 3.19C. La guardia urbana redujo a las bandas al cabo de unos días de tiroteos callejeros y los pandilleros que no habían sido muertos a tiros fueron devueltos a Norgunter.

Ray había pensado muchas veces en ingresar en la guardia urbana, pero su padre le necesitaba en la granja durante la primavera y el verano, sin embargo había participado varias veces en las partidas civiles para expulsar bandas problemáticas de la ciudad. Lloid cortó la comunicación. Dijo que los Flinn tampoco sabían nada sobre la alerta.

En la ciudad, las calles estaban desiertas. Cada puerta y ventana de los edificios estaba sellada por compuertas y persianas blindadas, y las farolas seguían haciendo brillar dos luces blancas y una roja. Por una esquina, en perfecta formación, aparecieron dos Rangers acompañados por diez guardias urbanos con equipo anti-disturbios. El Ranger es una variante del Sentinel de la guardia imperial utilizado en muchas ciudades como apoyo para la policía en situaciones difíciles. Los dos bípodes eran de color azul marino con las siglas DPLP (“Departamento de Policía de Longbow Port”) escritas en los laterales sobre el escudo del departamento. Los guardias lucían el mismo color en sus armaduras de anti-disturbios y el mismo escudo con iguales siglas en la espalda. Uno de ellos iba revisando su arma, al parecer tenía problemas para poner y quitar el seguro. Al llegar a una bifurcación se separaron en dos grupos de un Ranger y cinco guardias cada uno y empezaron a patrullar avenidas distintas.

En la sala de debates del ayuntamiento, Yarius, Sir Edion, el gobernador y el recién llegado Lord Mathey, un experto en antigüedades y también sabio y miembro del consejo de la ciudad, esperaban noticias del capitán Hargus, quien les había llamado hace mucho para decir que se encontraba en un puesto policial de las afueras y habían mandado a un grupo de guardias en motocicleta a inspeccionar la zona Este. Lo que Hargus no les había dicho era que les había ordenado llegar hasta la propia ciudad de Jubilee Station para estar bien seguro.

Pasó mucho tiempo, una hora y media aproximadamente, hasta que el comunicador del gobernador sonó. Al responder oyó la voz de Hargus maldiciendo. Hargus informó de que le había llamado el grupo de reconocimiento; sólo quedaban dos de los guardias, que volvían a Longbow a toda velocidad. Al parecer el mensaje de la invasión de Jubilee Station no sólo era cierto, sino que era insuficiente. No se trataba de una vulgar incursión de piratas, sino de un gran ejército. Hargus le dio la descripción de los piratas que le había dado el guardia por el comunicador. El gobernador le dijo que se asegurase de que ninguno de los guardias estaba delirando y Hargus espetó que si uno de sus guardias le informaba de algo, era puñeteramente cierto. Además el ejército había arrasado la pequeña ciudad vecina y se dirigía hacia aquí muy deprisa. Antes de que el gobernador dijera algo Hargus le informó de que iba a organizar una fuerza defensiva en la zona Este de la ciudad y a alertar a todos los puestos policiales exteriores. Acto seguido cortó la comunicación. El gobernador puso el comunicador sobre la mesa perplejo. Dijo a Yarius, Sir Edion y Lord Mathey de lo que el capitán Hargus había informado. Yarius y Lord Mathey se mostraron preocupados al oír la descripción de los invasores.

- ¡¿Han arrasado Jubilee Station?! ¡Esto es terrible! -decía Sir Edion- ¡Toda esa gente...!

- ¿Ahora es cuando se preocupa por las almas, Sir Edion? -inquirió Yarius.

- ¡Cielo Santo! -continuó el tesorero- ¡Jubilee Station es casi tan grande como esta ciudad! ¡Y la han arrasado! ¿Cómo es posible? ¡Nadie puede destruir las ciudades clase Asedio 3.19C!

- Me temo que sí, gobernador -interrumpió Yarius- Sólo conozco una raza alienígena que se ajusta a la descripción “cascos alargados y sus vehículos vuelan” -dijo repitiendo las palabras del gobernador- y si se trata de un gran ejército, como el capitán Hargus asegura, esta ciudad está en grave peligro. Debe enviar ahora mismo una señal de cuarentena de invasión.

- Yarius, ¿sabe usted algo acerca de esos piratas? -preguntó Sir Edion.

- Como ya os he dicho, los únicos que conozco que se ajustan a esa descripción son una raza alienígena llamada Eldar, y si son los eldars que yo me temo estamos en apuros. Los eldars son despiadados y sanguinarios. Atacan mundos enteros sólo para conseguir un botín de esclavos y luego abandonan el planeta para volver a sus guaridas. Si son esos eldars los que se acercan, esta ciudad está perdida a menos que déis una alerta de invasión a la guardia imperial ahora mismo.

- ¡Eso es una sandez! ¡Esta ciudad es ahora un gran búnker fortificado! ¡Nadie puede entrar si nosotros no se lo permitimos! -replicó el gobernador.

- No, los eldars siempre consiguen entrar -Lord Mathey habló por primera vez- Yarius tiene razón; los eldars pueden entrar dondequiera que se propongan. Les conozco bien; he estudiado mucho acerca de su especie y su tecnología -Yarius y Lord Mathey nunca se habían llevado bien, pero ahora parecían estar de acuerdo- Necesitaremos una gran fuerza para defendernos de ellos.

- Es por ello que debéis alertar a la guardia imperial si queréis tener una oportunidad de salvar Longbow Port! -dijo Yarius.

- ¿De veras cree que lograrían asaltarnos? -Preguntó Sir Edion preocupado a los eruditos- Ustedes han visto la ciudad en modo de asedio, como lo está ahora. ¿Creen de veras que esos “eldars” lograrían penetrar las defensas policiales?

- Si no desisten al principio, nos hostigarán hasta conseguirlo -dijo Yarius asintiendo con la cabeza.

El gobernador se puso aún más nervioso.

- ¡Pero... nuestro cuerpo de policía tiene el mejor equipo de este sector... exceptuando a los Adeptus Arbites de Norgunter! -tartamudeó.

- Si son un ejército numeroso, pueden ser capaces de asaltar la propia Norgunter -advirtió Yarius-. A juzgar por su número según los policías, lo más probable es que hayan venido a barrer todo este sector. No pasarán de largo ni una sola ciudad.

Se hizo un silencio antes de que el gobernador volviese a hablar.

- Usted no me cae bien, Yarius. Pero nunca me ha mentido. ¿Cree de veras que son capaces de tomar Longbow Port pese a nuestros esfuerzos?

- Calculo que podremos mantenerles fuera un día o dos como mucho, y luego puede que tarden unos tres días más en invadir toda la ciudad si nuestra guardia urbana resiste. Es por esto que debe dar la alerta sin pérdida de tiempo. La guardia imperial puede llegar aquí en menos de una semana.

Un nuevo silencio se hizo en la sala mientras el gobernador meditaba. Su cara estaba empapada de sudor por el nerviosismo.

- ¿Y ese libro que usted siempre está estudiando, Yarius? -dijo de pronto Lord Mathey- Usted me dijo una vez que contenía hechizos arcanos...

- ¡No! -gritó el bibliotecario de pronto- ¡Ni se os pase por la cabeza mirar ese libro! ¡Contiene secretos que vos no comprendéis!

- ¡He estudiado durante cincuenta años, más de la mitad de mi vida dedicada a comprender y descifrar cualquier escrito! -respondió el anticuario- ¡Puedo comprender lo que dice ese libro mejor que usted! ¡Además ese libro debería ser mío!

La discusión de siempre había empezado de nuevo. Desde que vió a Yarius estudiando el gran libraco, Lord Mathey intentaba por todos los medios de hacerse con él aduciendo que su estudio era cosa de un anticuario y no de un bibliotecario. Yarius siempre le respondía que nunca podría comprender lo que aquellas páginas encerraban, pero Lord Mathey nunca desistió. Una vez Yarius se vió obligado a explicarle una sola página del libro, pero la avidez del anticuario aumentó aún más a partir de aquel día.


CRISIS

- ¿De qué libro hablan ahora? -preguntó el gobernador- ¿Les parece adecuado hablar ahora de eso?

- ¡Gobernador, con el poder de ese libro se podría salvar la ciudad sin ninguna otra ayuda! -dijo Lord Mathey.

- ¡Os equivocáis! -gritó Yarius- ¡Ese libro es capaz de desencadenar algo mucho peor que la invasión de los eldars!

- ¡Está totalmente paranoico, Yarius! ¿Qué le ocurre? ¿No desea hacer todo lo posible para salvar a esta ciudad? -Lord Mathey miraba de reojo al gobernador mientras discutía con Yaríus.

- ¡Un momento! -interrumpió el gobernador- ¡No entiendo nada de lo que están diciendo, pero si saben algo que pueda sernos de ayuda explíquenmelo ahora mismo!

- ¡Ese libro no puede ser de ninguna ayuda! -repetía Yarius- ¡Y es una completa canallada de vuestra parte aprovechar una crisis como esta para apoderaros de él, Lord Mathey!

- ¡Intento encontrar opciones para salvar a esta ciudad! ¡Pero Yarius persiste en no revelarnos la solución!

- ¡Os repito que ese libro dista infinitamente de ser la solución a ningún problema!

- ¡Miente!

- ¡YA BASTA! -el inhumano grito del gobernador y el puñetazo que dió en la mesa les hizo callar a los dos- Caballeros, serenémonos un momento y discutamos esto con calma. Es de la vida de esta ciudad de lo que estamos tratando aquí.

- Ya os he dicho lo que debéis hacer -dijo Yarius aburrido.

- No vamos a alertar a la guardia imperial hasta que no haya otra alternativa.

- ¡La alternativa es el libro! -repitió Lord Mathey.

- ¡No! -le cortó Yarius.

- ¡Silencio! -la monotonía de la discusión estaba siendo agobiante para el gobernador- Yarius, ¿qué... demonios es lo que tiene ese libro de particular?

Yarius alzó una ceja como si la expresión del gobernador resultase apropiadamente cómica.

- Es mejor que no lo sepáis -contestó.

- ¿Es algo que puede ayudarnos con ese ejército invasor?

- No.

- ¡Mentira!

- ¡Lord Mathey! ¡No hable hasta que le dé la palabra! -el anticuario suspiró enojado al oír al gobernador. Se volvió hacia Yarius- Yarius, ¿Estáis seguro de que no conocéis nada que pueda ayudarnos a combatir a ese ejército?

- No, salvo poner este asunto en conocimiento de la guardia imperial -el gobernador suspiró al oirle repetir lo mismo.

- Muy bien, gracias, Yarius -dijo- Lord Mathey, usted dice que ese libro puede destruir a nuestros enemigos sin tener que sacar este asunto de aquí, ¿No?

- Exacto -respondió el anticuario. Yarius le miraba odiosamente.

- ¿Y cómo puede ayudarnos un vulgar libro a destruir un ejército? -preguntó el gobernador.

- El libro describe una antiquísima ceremonia a través de la cual pueden invocarse criaturas mágicas que siguen las órdenes del sacerdote.

- ¿Qué sacerdote? -seguía el gobernador.

- El que culmine la ceremonia.

- ¿Cómo sabéis vos todo eso? -le preguntó Yarius con rostro sorprendido- ¡¿Habéis estado leyendo el libro sin mi autorización?!

- ¡Silencio, Yarius! -dijo el gobernador- Y decidme, Lord Mathey, ¿Cuanto tiempo se requiere para celebrar esa ceremonia? -los ojos del gobernador brillaban de satisfacción entre su mofletuda cara.

- Oh, muy poco. Pero aún tendré que revisar el libro a fondo, si vos aprobáis esta acción, gobernador.

- ¿Y esas criaturas podrían librarnos del enemigo?

- Sí. Su poder es muy superior al de cualquier ejército.

- ¿Sin ninguna otra ayuda?

- No, señor. No haría falta la intervención de la guardia imperial ni imponer una cuarentena de invasión en Longbow Port.

Yarius escuchaba desconcertado. Había guardado celosamente el libro en todo momento; ¿cómo podía Lord Mathey saber tanto acerca de él?. Lentamente, su mente llegó a una dolorosa, improvable respuesta, pero que encajaba demasiado bien con la realidad. El comunicador de la mesa sonó y el gobernador se dispuso a contestar.

- ¡Vos estáis poseído! -repentinamente el bibliotecario gritó a Lord Mathey- ¡Estáis poseído por los demonios del libro!

- ¡Gobernador! -gritó el anticuario- ¡El bibliotecario desvaría! ¡Ese libro es nuestra única salvación y él intenta negárnosla!

- ¡Cállense los dos ahora! -dijo el gobernador mientras intentaba contestar a la llamada.

De pronto Yarius se levantó como en trance y extrajo de debajo de su túnica una daga. La empuñadura tenía forma de cruz enmarcada en un círculo y sonaba como un sonajero. El anticuario quedó totalmente horrorizado al ver el artefacto. Sir Edion saltó de su silla y se encogió contra un rincón.

- ¡Yarius! -gritó el gobernador- ¡Guardias! ¡Guardias!

Los tres guardias del pasillo entraron y, a una orden del gobernador, encañonaron al bibliotecario con sus armas. Pero Yarius no se detuvo y se abalanzó sobre Lord Mathey cantando un salmo. Lord Mathey estaba paralizado. Los guardias sujetaron a Yarius justo antes de que alcanzara al anticuario y le arrebataron el puñal. Lo arrastraron fuera de la sala mientras él seguía forcejeando; gritaba que Lord Mathey estaba poseído y le llamaba “demonio”. Pese a su edad, estaba logrando zafarse de los fornidos guardias que lo sujetaban. Uno de los guardias le golpeó en la nuca con la culata de su rifle pero él no desistió. Le golpeó una segunda vez y lo dejó sin sentido. Lo arrastraron sin dificultad hacia la comisaría. Lord Mathey respiraba con dificultad; estaba pálido y temblaba por el miedo. Sir Edion se volvió a sentar secándose la cara con un pañuelo.

- Ya... ya ha pasado, Lord Mathey -le decía el gobernador al ver su aspecto- No... no comprendo... Yarius es un hombre muy terco pero es una de las personas más calmosas y pacíficas que conozco... nunca le había visto así.

- Nunca me gustó ese hombre -respondió Lord Mathey más calmado- siempre ocultando sus secretos para que nadie más los conozca...

El comunicador volvió a sonar; el gobernador lo había desconectado sin querer. Al contestar oyó la agitada voz del capitán Hargus gritando que el ejército enemigo ya estaba a la vista. El gobernador le ordenó resistir todo lo que pudiera porque creía haber encontrado la solución. Hargus respondió que no le valían suposiciones. El gobernador le repitió la orden y cortó. Luego le dijo a Lord Mathey que tenían que darse prisa en preparar esa ceremonia. Ambos salieron apresuradamente de la sala. Sir Edion quedó solo y confuso en su silla.

En los calabozos, dos guardias depositaron a Yarius sobre la litera de una celda y cerraron la puerta tras salir. Otro de ellos estaba metiendo la ornamentada daga en una caja fuerte. Los dos guardias iban por el pasillo pavoneándose de su hazaña: reducir al anciano bibliotecario. Súbitamente, el pasillo quedó inundado de una luz roja una insistente alarma empezó a recorrer la comisaría.

Los invasores estaban ya en las afueras de la ciudad. Sus numerosos y oscuros vehículos flotaban rápidamente hacia la línea defensiva que la policía había organizado. Los transportes tenían plataformas a ambos lados donde viajaban varios guerreros con sus armas preparadas. Los edificios más exteriores de la ciudad eran como torres y búnkers fortificados y no había modo de penetrar en ella sin lucha. Los vehículos de vanguardia empezaron a disparar extraños proyectiles de energía hacia los defensores.

El capitán Hargus disparaba su rifle automático insistentemente contra los enemigos que se acercaban. Los invasores no se habían comunicado, no habían dicho una sola palabra. En cuanto vieron una defensa organizada ante ellos se lanzaron a la carga montados en sus vehículos flotantes. Vestían armaduras negras con dibujos blancos de esqueletos y daban salvajes gritos de guerra. Hargus seguía disparando su arma a los ocupantes de los vehículos, ya que los propios vehículos eran demasiado resistentes.

El sargento Thanell, al mando de una escuadra de Rangers, dió orden de disparar y las ametralladoras de los bípodes segaron el lateral de uno de los vehículos, haciendo que sus ocupantes cayeran rodando debido a la elevada velocidad. Los proyectiles de los invasores empezaron a hacer estragos: la escuadra de Thanell al completo fue eliminada por un sólo vehículo enemigo erizado de cañones por todas partes. Tras el ensordecedor ruido de las explosiones Hargus recibió informes de que algunos grupos de invasores se habían infiltrado por otros puntos de la ciudad, al norte y al sureste.

Los guerreros saltaron de los transportes y dispararon sus armas mientras cargaban contra la línea defensiva. Varios guerreros más se acercaron flotando sobre grotescas máquinas aplanadas, como patines voladores, y pasaron entre las filas policiales acuchillando a los humanos con las bayonetas de sus armas. Patinaron con sus artefactos volantes a lo largo de la línea policial disparando a diestro y siniestro. Poco a poco todos fueron derribados a tiros, pero habían causado muchas bajas y debilitado la defensa en el flanco derecho. Los invasores atacaron con más crudeza ese flanco. Hargus ordenó al sargento Krane que moviera su VCR (vehículo de control de revueltas) para reforzar el frente derecho.

El VCR es un transporte de tropas blindado basado en el modelo del Chimera de la guardia imperial utilizado para transporte de los grupos antidisturbios y frecuentemente armado con armas pesadas para sitiar edificios capturados por las bandas. El vehículo se propulsó con sus seis gruesas ruedas hasta ponerse tras el frente derecho y disparó la gran ametralladora pesada montada en su torreta hacia los enemigos, barriendo toda una fila que estaba a punto de alcanzar la barricada. Algunos policías entraron en el VCR por la parte de atrás y empezaron a disparar las metralletas montadas en el lateral del vehículo.

El gobernador y Lord Mathey llegaron al lugar del conflicto en un vehículo oficial escoltado por policías en motocicleta. El anticuario llevaba bajo el brazo el gran libraco que acababan de robar de la biblioteca de Yarius. Había estado leyéndolo todo el camino hasta allí, excepto cuando lo dejó un instante para hacer una llamada por su comunicador. La tela que el bibliotecario había colocado envolviendo la cubierta había sido rasgada por Lord Mathey y ahora mostraba una encuadernación de piel grisácea y muy desgastada con un símbolo metálico de un círculo con ocho flechas apuntando hacia fuera.

Los guardias del gobernador se sobresaltaron cuando vieron aparecer por una esquina un grupo de unos cincuenta civiles.

- ¡Quietos! -gritó Lord Mathey- lo he llamado yo, son mis acólitos. Los necesito para celebrar la ceremonia.

La línea policial resistía con dificultades, pero resistía. Los invasores no parecían dispuestos a retirarse y seguían martilleando las defensas de la ciudad. Las aspilleras de los puestos de guardia despedían leves llamaradas al disparar los policías de su interior a través de ellas. Varios VCR más se habían distribuido tras las líneas como fuertes móviles y descargaban sus armas contra los invasores, quienes se habían atrincherado amontonando rocas y colocando los restos de algunos de sus vehículos destruidos como barricadas. El ruido de disparos y explosiones era infernal para el gobernador, más acostumbrado a las suaves melodías que siempre flotaban por los altavoces del ayuntamiento. El anticuario empezó a decir a sus alumnos que formaran un círculo en torno a él y luego que algunos se amontonaran en diversos puntos del círculo, formando un raro símbolo: un círculo con ocho flechas apuntando hacia fuera, como el emblema de la cubierta del libro. Una vez todos estuvieron en posición, Lord Mathey empezó a recitar los salmos del libro en una lengua incomprensible, como un contínuo murmullo. Casi no se le oía debido al ruido del tiroteo que estaba teniendo lugar a escasos cincuenta metros, pero a él no parecía importarle. Todos los civiles permanecían sentados con las piernas cruzadas y oyendo atentamente lo que podían del anticuario, como él les había dicho. Todos tenían el miedo reflejado en sus rostros, ya que no estaban lejos de la batalla y los disparos y explosiones se sucedían aterradoramente cerca.

El combate se había recrudecido con la llegada de más invasores y artefactos que parecían tanques flotantes con enormes pinzas. Varios policías armados con lanzagranadas dispararon contra uno de estos tanques como escorpiones; los proyectiles estallaron al chocar contra el escudo frontal del vehículo e hicieron un boquete en él, pero esto no detuvo a la máquina.

Lord Mathey iba subiendo su tono cada vez que empezaba a cantar un nuevo salmo del libro. El gobernador observaba la marcha de la ceremonia desde su coche, donde se había refugiado. Algunos de los civiles que participaban en la ceremonia empezaron a sentir algo, una sensación de inmenso bienestar. De pronto no tenían miedo del tiroteo que tenía lugar cerca de ellos, sino que les hacía sentirse mejor. Una tremenda explosión sacudió a uno de los VCR cuando un arma pesada de los invasores lo atravesó. El estallido hizo que algunos de los civiles temblaran de placer, como si el ruido y la desperación del combate les hiciera disfrutar.

- ¡Invoco al Príncipe del Placer! -decía- ¡Señor del éxtasis infinito, líbranos de nuestros enemigos con tus amadas hijas, portadoras de muerte! ¡Te ofrecemos consagrar nuestra ciudad a tu causa por toda la eternidad!

El gobernador salió del vehículo totalmente perplejo por las palabras de Lord Mathey. Empezó a preguntarle a gritos qué demonios estaba diciendo, pero el anticuario siguió con sus súplicas ignorándole por completo.

- ¡Danos tu abrazo protector, oh señor de la felicidad!

- ¡Te rogamos! ¡Te suplicamos! ¡Otórganos el beso de tu placer! -El gobernador casi quedó aterrorizado cuando todos los civiles de la ceremonia dieron al unísono esta respuesta a los salmos de Lord Mathey como si se supieran la liturgia de memoria. Todos tenían los ojos cerrados y la cabeza baja y ninguno parecía darse cuenta de lo que estaba haciendo.

- ¡Haznos fuertes, dios de deliciosas emociones! ¡Para que podamos defendernos de nuestros enemigos y poder servirte con nuestros cuerpos y nuestras almas! ¡Permitenos disfrutar con la muerte de aquellos que se oponen a tu credo! -decía el anticuario.

- ¡Te rogamos! ¡Te suplicamos! ¡Otórganos el beso de tu placer! -respondían los civiles.

El gobernador quería detener aquello, pero no se atrevía a acercarse. Se percató de que todos los que estaban tomando parte en la ceremonia estaban sonriendo. Eran sonrisas infantiles, inocentes, felices. Temblaban y se retorcían pasándose las manos por todo el cuerpo. Se tumbaban y rodaban por el suelo soltando leves carcajadas agudas, tranquilas, felices. Lord Mathey empezó a convulsionarse espasmódicamente, pero su rostro estaba sereno, incluso alegre, feliz mientras continuaba con sus oraciones, que ya sólo recibian jadeos y risas como respuesta sin que esto el preocupase.

- ¡Esto es una locura! ¡Se ponen a celebrar no-se-qué de la felicidad y hay policías muriendo por ellos allí mismo! -dijo el gobernador, quien no entendía nada de lo que ocurría- ¡Deténgan ahora mismo a Lord Mathey! -dijo a los policías de su escolta.

Dos de los policías pasaron entre los civiles, que estaban tumbados en el suelo riendo felizmente y contoneándose como si estuvieran en compañía de un amante invisible. Se acercaron al anticuario, quien seguía de pié recitando más oraciones. Lord Mathey les miró con una faz inocente y amable y les hizo señales con una mano, invitándoles a unirse a la aparente fiesta en que se había convertido la ceremonia. Los agentes pensaron que se habían vuelto todos locos y se dispusieron a inmovilizar al anticuario.

El gobernador pensaba que iba a dar una buena lección a Lord Mathey por engañarle de esa manera. Le había prometido salvar la ciudad sin tener que sacar el asunto de allí y ahora se había puesto a celebrar una orgía en el mismo campo de batalla. Miró a la línea policial justo a tiempo de ver cómo otro de los VCR saltaba por los aires, literalmente, merced a una violenta explosión azulada. Los policías empezaron a retroceder a posiciones más retrasadas al verse incapaces de contener por más tiempo el ataque invasor. Otro VCR desató una tormenta de venganza sobre otro transporte y lo voló en mil pedazos. Los incursores que rodeaban al vehículo huyeron despavoridos antes de reagruparse. Pensó que iba siendo hora, de veras, de alertar a la guardia imperial.

Michael Hargus estaba herido. Un proyectil enemigo le había alcanzado el hombro. No era más que un rasguño, pero le escocía como si le hubieran cortado con un cristal de sal. Intentó cubrirse lo más posible tras un ancho escudo blindado de los que usaban para avanzar por calles y pasillos, pero ahora los estaban usando para retroceder. Mientras retrocedía seguía disparando como podía con el brazo bueno a la vez que apenas sostenía el escudo con el brazo herido. Se agazapó tras la esquina de uno de los búnkers en que se habían convertido las casas de las afueras de Longbow Port y ordenó mantener posiciones. La herida empezó a hacerle perder la sensibilidad en todo el brazo; estaba seguro de que estaban disparando proyectiles envenenados o algo grotescamente similar.

El gobernador quedó perplejo cuando vió a los dos policías que estaban a punto de detener a Lord Mathey arrojar sus armas al suelo y unirse a la extraña ceremonia. Se quitaron sus cascos y sus armauras de anti-disturbios y empezaron a actuar como los fanáticos civiles, quienes se besaban entre sí y seguían sonriendo y carcajeándose como colegiales.

- ¡Esto es brujería! -dijo el gobernador- ¡Es como los casos que me contó ese testarudo de Yarius! -se quedó meditando un momento- Hmm... seguro que él puede poner fin a esta locura de ceremonia -se volvió hacia otros dos de sus guardaespaldas- Id a la prisión de la comisaría y traedme a Yarius, el bibliotecario. Rápido.

Los policías montaron en sus motocicletas y se dirigieron calle arriba. “Por suerte la comisaría no está muy lejos” pensó el gobernador. Cuando se volvió para ver la evolución del tiroteo, percibió algo extraño en el lugar de la ceremonia. Lord Mathey tenía una estatura medio metro mayor. Sus orejas se estaban haciendo puntiagudas y le estaban brotando cuernos óseos de las sienes. Todos estos cambios le estaban desgarrando la piel y se oían crujir sus huesos. Para mayor angustia del gobernador, que le mirada, sus músculos eran de un color púrpura azulado muy oscuro, casi negro, bajo su torturada piel. El libro se le cayó de las manos debido a las convulsiones de su cuerpo. Su sonrisa estaba arqueada hacia atrás de forma horrible. Sus ojos eran totalmente visibles al haberse estirado la piel de los párpados. Sus piernas estaban cambiando; sus pies estaban alargándose y las pantorrillas se acortaban. Se puso en cuclillas mientras los huesos de las piernas se partían y retorcían, haciéndose similares a las de un perro o un gato erguidos. Su cuerpo entero empezó a resplandecer con una luz rosada. Sus ropas se desgarraron por completo por la presión de su creciente cuerpo, descubriendo un nuevo brazo que le había surgido de debajo de la axila derecha y dos raquíticos miembros más en su espalda. Sus músculos pectorales eran enormes, y segúian creciendo junto a toda la anatomía de aquel ahora irreconocible humano. La luz se hizo más intensa. Los civiles se convulsionaban violentamente sin siquiera darse cuenta de las transformaciones del anticuario; jadeando y gritando por un placer incomprensible haciendo las veces de un obsceno coro. Súbitamente todos se unieron en un grito al unísono:

- ¡SLAANESH!

El gobernador caminó hacia atrás horrorizado; las explosiones y la tensión del tiroteo no eran nada comparado con el terror que aquello le producía, pero se esforzó en confiar en las palabras de Lord Mathey. Sus escoltas se echaban atrás apuntando sus armas al foco de luz. Lord Mathey aún era visible tras la resplandeciente cortina mientras su cuerpo seguía creciendo. Su piel se había rasgado completamente y sus negros músculos estaban desnudos. Algunas gotas de sangre negra supuraron de ellos y cayeron al suelo. Uno de los escoltas preguntó al gobernador qué era eso. El gobernador respondió al cabo de unos segundos negando con la cabeza. Se oyó la voz de Michael Hargus a lo lejos:

- ¡¿Qué demonios están haciendo?! ¡¿Qué son esas cosas?!

El gobernador miró tímidamente hacia el lugar del tiroteo y vió que en diversos puntos tras la línea policial habían aparecido esferas luminosas como la que ahora envolvía a Lord Mathey. Los dos policías que habían partido volvieron, pero no se acercaron más y se escondieron tras en vehículo del gobernador, quien se acercó a ellos. Vió que no traían consigo a Yarius.

- ¿Qué hacen aquí sin el bibliotecario? -les gritó para hacerse oír por encima del griterío de la ceremonia y los disparos del combate.

- No estaba allí, señor. Encontramos al guardia de turno inconsciente en el suelo, y la celda en la que él nos dijo que habían metido al bibliotecario estaba... vacía. ¿Qué son esas luces? ¿Y qué le está ocurriendo a...?

- Se lo explicaré luego. ¿Qué quiere decir con “vacía”?

- Señor, la reja de la celda estaba totalmente retorcida.

- ¿Cómo?

- Sí, señor. Los barrotes estaban doblados hacia afuera, y el bibliotecario no estaba allí. Luego nos dijeron que había huido en una motocicleta de patrulla.

- ¿Me está diciendo que ese anciano destrozó su celda, dejó K.O. a un guardia y se escapo de la comisaría?

- Eh... no, señor. Dejó inconscientes a seis policías hasta llegar al parque móvil.

El gobernador se llevó ambas manos a la cara, intentando serenarse y comprender lo que ocurría, pero de repente se oyó un espantoso rugido por todo el campo de batalla. Incluso el tiroteo entre policías e invasores se interrumpió por un instante. La luz que envolvía a Lord Mathey se había desvanecido. Su cuerpo medía cerca dos metros y medio y sus fornidos músculos estaban ahora cubiertos por una piel rosa oscuro. Su mano izquierda empuñaba una enorme espada cuya hoja estaba ricamente decorada con runas y símbolos. Su brazo adicional estaba rematado en una pinza que ridiculizaba las de los vehículos de los invasores. Su única ropa era un largo tabarrabos de malla metálica dorada del que colgaba un emblema como el del libro, que ahora yacía en el suelo abierto y con sus páginas aplastadas contra la tierra por la pesada encuadernación. Sus piernas eran largas y esbeltas, como su cintura y su cuerpo, y tenían dos articulaciones, como las patas de un caballo que anduviera erguido; incluso terminaban en cascos en lugar de pies. Su cabeza presentaba ahora dos cuernos que se alzaban sobre sus ojos. Su pecho estaba hinchado, dando la impresión de tener una gran fuerza. A todos los que miraban a la criatura les parecía un engendro infernal. Estaba encogido. Tensó todos sus músculos para acabar de adaptar su cuerpo. Se oyeron algunos crujidos más cuando dos enormes alas como las de un murciélago se alzaron sobre sus hombros.


SALVACIÓN

Varios gritos de sorpresa y temor se sucedieron en la línea policial cuando vieron que las otras esferas luminosas se habían apagado, dejando en sus lugares grupos de extrañas criaturas del tamaño de un hombre. Tenían cuerpo de mujer, sus piernas se doblaban de forma similar a las del enorme ser en que se había transformado Lord Mathey. Sus cuerpos eran muy musculosos y estaban semidesnudos, con apenas un taparrabos y un pesado collar enjoyado que cubría sus torsos. Sus manos eran enormes pinzas como las de un cangrejo, y no tenían un solo pelo o cabello en sus cuerpos. La piel de sus rostros estaba como estirada, alargando sus ojos y sus bocas, dándoles un aspecto diabólico. Algunas de ellas se relamían con sus puntiagudas lenguas.

Lord Mathey, o la criatura que era ahora, miró de un lado a otro moviendo su cornuda cabeza. Sus ojos reflejaban una gran inteligencia. Se quedó mirando al lugar del tiroteo, que se había reanudado. Entonces hizo algo que aterrorizó al gobernador y a sus escoltas aún más. La criatura habló:

- Estos son los enemigos de quien nos ha invocado -su voz sonaba como un coro de voces hablando al unísono, con un tono ligeramente agudo, y se le entendía perfectamente.

- Lord... ¿Lord Mathey?...

La criatura oyó la voz del gobernador y se volvió hacia él.

- Ya no, humano. Soy Zaul’Yreesh. Mi señor ha aceptado la oferta.

Acto seguido, la criatura empezó a dar zancadas en dirección al tiroteo. Los civiles y los dos policías que habían participado en la ceremonia de invocación le siguieron apresuradamente. Pasó entre los grupos de criaturas menores como mujeres demoníacas, las cuales también le siguieron. El gobernador se dió cuenta de que algunas de esas guerreras iban montadas en unas extranas criaturas como una exótica caballería. Las monturas eran seres bípedos, un desagradable cruce entre caballo y serpiente.

El capitán Hargus abatió a otro pirata de una ráfaga. Estaban teniendo muchas bajas y sólo les quedaban dos VCR que patrullaban de un lado a otro de la línea de defensa disparando sin cesar. Llamó a la comisaría pidiendo dos VCR más de refuerzo. Esperaba que ese rollo de la ceremonia y las luces sirviera de ayuda, porque era lo que necesitaba: mucha ayuda. Se agazapó en su refugio para evitar los disparos de un grupo de enemigos que se había fijado en su búnker y, al mirar hacia atrás, vió al grupo de criaturas que se dirigían hacia ellos encabezados por un ser inimaginable en la peor de las pesadillas. Las criaturas de menor tamaño eran muy numerosas, casi tantas como ellos; y algunas estaban montadas en corceles totalmente extraños para él. Empezaron a emitir chillidos agudos y a correr hacia la línea. Sus extrañas piernas les dotaban, no obstante, de gran velocidad. Hargus miró al gobernador, quien le dijo por el comunicador que las criaturas estaban de su parte.

Las amazonas montadas se destacaron del resto y saltaron ágilmente la línea policial. La gran criatura que se hacía llamar Zaul’Yreesh les siguió alzándose en el aire con sus poderosas alas. Se levantó del suelo de forma antinatural, como impulsado por una fuerza invisible.

- ¡Alto el fuego! ¡Alto el fuego! -gritaba Hargus por el comunicador después de haber abierto todos los canales- ¡No disparen a las criaturas! ¡Repito! ¡No disparen a las criaturas! ¡Son de los nuestros!

El capitán deseó con todas sus fuerzas que sus palabras fueran ciertas. Los atacantes titubearon un poco al ver que los humanos ya no disparaban y se lanzaron al asalto.

- ¡No disparen! ¡Dejen actuar a las criaturas! -Hargus rezaba en su interior para que esas criaturas les libraran de los invasores y no se volvieran contra ellos.

El primer grupo de asaltantes iba a alcanzar la primera trinchera cuando se encontró a la extraña caballería saltando la barricada y cayendo sobre ellos. Aquellas guerreras tenían una fuerza sobrehumana y atacaban rápida y letalmente; una de ellas cortó un brazo y luego la cabeza de uno de los invasores con dos golpes de sus pinzas. Sus monturas eran igualmente letales sacudiendo coces con sus patas rematadas en garras y atravesando enemigos con una larga y afilada lengua. Sus chillidos agudos ensordecían a los policías que contemplaban la matanza tras sus refugios. Aquel primer grupo de asaltantes fue despedazado en apenas unos segundos. Otro grupo abrió fuego contra las guerreras montadas; los letales proyectiles cristalinos laceraron su carne, pero las negras heridas se cerraban al instante siguiente de ser producidas. Las guerreras a pie sobrepasaron las barricadas seguidas de cerca por los civiles. Todo el ejército enemigo había quedado completamente confundido con la aparición de nuevos defensores en la batalla. Algunas escuadras incluso retrocedieron tímidamente al ver la masacre del segundo grupo. Todos reaccionaron a la vez disparando contra las amazonas. Muchos de los civiles fueron abatidos al instante, pero las criaturas apenas se inmutaban por los disparos.

- ¡Disparen a sus grupos de armas pesadas! -ordenó Hargus por el comunicador- ¡Eliminen las armas pesadas y dejen a las criaturas la infantería!

La línea policial abrió fuego una vez más. Los VCR parecían disparar con más rabia, reforzados por tan curiosas y efectivas tropas de choque. Uno de los vehiculos fijó su atención en un transporte flotante de los invasores y disparó todas sus armas contra él. Los proyectiles rebotando sobre todo su casco hicieron que el conductor diera la vuelta y se alejara todo lo posible, pero no a tiempo para evitar que la ametralladora pesada de la torreta alcanzara los motores gravíticos y todo el transporte fuera engullido por una gran explosión de fuego blanco. Zaul’Yreesh aterrizó inesperadamente junto a una escuadra de enemigos con armas pesadas haciendo temblar la tierra con sus cascos. Un recto rayo de luz azul y negra proviniente de un arma de los invasores atravesó su tórax y se perdió en el cielo haciéndole un gran boquete. Los invasores pudieron ver el negro interior del cuerpo del monstruo a través de su humeante herida cauterizada justo antes de que ésta se cerrase sin dejar rastro. El gigante aspiró hondamente, saboreando la herida mientras desaparecía. Su gran espada trazó un amplio arco y tres enemigos quedaron partidos por la mitad entre un manantial de sangre. Luego envió a otro a diez metros con el pecho partido de una coz con sus poderosas piernas y aplastó el casco y la cabeza de otro con su mano libre. Cuando sólo quedaba un enemigo, Zaul’Yreesh le impidió huir cortándole una pierna con su pinza. Luego abrió su mano ensangrentada ante él y pronunció unas palabras con su aguda y coral voz:

- Maledictum Carnalis

El gigante se alejó hacia otro grupo de enemigos mientras el solitario enemigo gritaba de dolor, tendido de espaldas en el suelo. Su pierna mutilada no era nada comparado con los espasmos que sacudían su columna vertebral y el intenso dolor que atormentaba sus costados. Vió con horror cómo de sus costillas surgían enormes patas insectoides que rompieron su armadura y elevaron su cuerpo en el aire. El gigante le había conjurado alguna especie de hechizo que le estaba transformando. Sus huesos empezaron a quebrarse y su cuerpo empezó a deformarse para dar lugar a un nuevo ser. Su abdomen se alargó hasta límites inconcebibles, descoyuntando sus vértebras. Su cuerpo crecía colapsando su ajustada armadura hasta que ésta estalló en mil pedazos dejando su cuerpo desnudo. Su cuello se hinchó, formando una bola de carne que se configuró hasta convertirse en una segunda cabeza cuyo cuello empezó a crecer y doblarse. De sus brazos y piernas surgieron numerosas púas y cuchillas óseas, al igual que de su abdomen, espalda y hombros. Cuando acabaron sus transformaciones, el invasor era un horroroso engendro. Sus numerosas patas insectoides le propulsaron hacia adelante, hacia más invasores. Sorprendió a una escuadra por detrás y empezó a mutilarlos con las cuchillas óseas de lo que antes eran sus brazos y sus piernas.

Los piratas empezaron a retroceder ante el giro que había tomado la batalla. Michael Hargus observó cómo aquellas criaturas parecían ser inmunes a sus armas. Unas pocas guerreras habían caido y, para sorpresa de todos, sus cadáveres habían desaparecido sin dejar rastro. El artillero de uno de los pocos transportes invasores que quedaban apuntó su arma pesada al gigante, pero una ráfaga de disparos proviniente de una de las barricadas humanas segó su débil cuerpo de la nave. El capitán de policía decidió que era el momento de avanzar.

- ¡Adelante!

Hargus dió orden de avanzar y fue el primero en salir de detrás del búnker. Toda la línea policial saltó de las trincheras disparando. Los invasores se dieron cuenta de que los humanos estaban avanzando posiciones, cubiertos por el brutal ataque de las criaturas, a las que parecían tener un miedo atroz. Los pocos civiles que quedaban luchaban con una furia y salvajismo comparables a los de las guerreras. Sus manos desnudas eran mucho menos poderosas que las pinzas de éstas, pero varios enemigos habían sido ya despedazados por aquel grupo de fanáticos.

Zaul’Yreesh agarró a otro enemigo con su manaza y lo lanzó hacia atrás a una considerable altura, descartándolo del combate. El eldar oscuro cayó pesadamente dándose de cara contra el suelo y perdiendo momentáneamente el conocimiento. Cuando volvió en sí vio a un grupo de humanos armados que corría hacia él. Miró a su alrededor pero su arma había caido a varios metros. Los humanos le encañonaron.

- ¡Quieto! ¡No te muevas o estás muerto, asqueroso alienígena! ¡Levanta los brazos por encima de la cabeza! ¡Despacio! ¡Y quédate de rodillas!

El invasor parecía sorprendido por las palabras del sargento del grupo. Luego obedeció, lo que daba a entender que comprendía el gótico imperial. Cuando se puso de rodillas los policías vieron las formas de su armadura, que se adaptaban casi al milímetro a su cuerpo. Aquel invasor era una mujer.

- ¡Quítate el casco! -volvió a ordenar Larson, el sargento- ¡Muy despacio!

La eldar oscura obedeció. Su esbelto y alto yelmo emitió un silbido a ser desconectado el sistema de soporte vital de la armadura y luego se deslizó levemente hacia arriba. La invasora se lo acabó de quitar. Sus suaves y bellos rasgos se resaltaban por el sudor que cubría su rostro. Tenía la cabeza afeitada y cruzada por un tatuaje en forma de serpiente o dragón. Sus orejas eran puntiagudas y demasiado alargadas para un humano. El sargento le ordenó que se levantase y ella le escupió a la cara.

- ¡Esto no quedará así! -dijo en un gótico imperial con una entonación que sonaba a muy antiguo- ¡Despreciables servidores del Caos!

Larson se limpió su barbilla y su tupido bigote con una ceja alzada sin dejar de mirarla a los ojos.

- ¿Caos? ¿De qué estás hablando? -le preguntó.

La prisionera se quedó mirándole con expresión de odio.

- ¡Responde! ¿Qué es eso de Caos?

- ¿Pretendes confundirme, humano? -respondió ella- ¿Quién sino los servidores del Caos obtienen los favores de los Dioses Oscuros?

- ¿Favores de los...? ¡Lleváosla de aquí! -ordenó al resto de su escuadra- ¡Está claro que no sabe ni con quién ha estado luchando.

- Eres tú quien no sabe ni quién está entre tus filas, humano -le respondió la eldar oscura mirando a las guerreras, que perseguían a los restantes invasores en su desesperada huida.

A Larson no le inspiraban ninguna confianza las criaturas que el gobernador había invocado con aquella ceremonia, y su prisionera parecía saber algo sobre ellas. Tras meditar un instante ordenó llevarla al interior de uno de los búnkers, que ahora estaban desocupados, y empezó a interrogarla. Ordenó a uno de sus hombres que llamara al capitán Hargus.

Michael Hargus estaba dando órdenes a un grupo de sargentos que formaban ante él. Su voz denotaba nerviosismo e impaciencia. Ordenó hacer recuento de bajas, preparar a los posibles prisioneros para llevarlos a la comisaría, atender a los heridos, pedir ambulancias y transportes adicionales y organizar patrullas que eliminasen a los grupos de piratas que se habían infiltrado en la ciudad. Un policía se le acercó y empezó a hablarle.

El gobernador estaba más tranquilo, ahora. Estaba claro que la ceremonia había funcionado. Las criaturas les habían librado de sus enemigos. Ahora no había que declarar cuarentena de invasión ni alertar a la guardia imperial. Los gremios de comerciantes nunca se enterarían si podían limpiar rápidamente la carnicería que se había producido allí, en las afueras al este de la ciudad. Pensó en quemar toda la zona y decir que estaban eliminando basura o algo así. Realizó una profunda inspiración intentando tomar aire fresco, pero sólo pudo oler la sangre y las entrañas de los invasores y tosió cubriéndose la nariz y la boca con su pañuelo perfumado. Mirando hacia el campo de batalla observó grupos de policías que hacían prisioneros entre los invasores heridos y mutilados mientras escuadrones de Rangers se organizaban dando zancadas entre los cadáveres en dirección a las calles. Las criaturas, incluido Zaul’Yreesh no parecían estar dispuestas a dejar un solo enemigo con vida y continuaban la persecución de los fugitivos piratas. Vió al capitán Hargus, que entraba apresuradamente en un búnker acompañado de otro policía, pero no le dió importancia.

Los transportes flotantes consiguieron huir gracias a su elevada velocidad, dejando atrás a las guerreras. Zaul’Yreesh reunió a su horda y se encaminó de vuelta al lugar de la ceremonia. Ninguno de los civiles que habían tomado parte en ella había sobrevivido, pero habían luchado salvajemente, incluso fanáticamente. Los policías procuraban dejarles paso, aún sin confiar plenamente en su demoníaco aspecto. Cuando llegaron junto al gobernador, éste les saludó:

- ¡Mi querido Zaul! -dijo- ¡Esta ciudad os estará eternamente agradecida por este servicio que nos habéis prestado!.

- Te equivocas, humano. ¡Esta ciudad es eternamente nuestra!

- ¡¿Qué?!

- La oferta fue ésta: libraros de vuestros enemigos a cambio de la consagración de la ciudad.

- ¡Un momento! ¡Yo soy el representante de Longbow Port y digo que esa condición es totalmente...

- Tú no eres el sacerdote. Tú no eres quien hizo la oferta. Esta ciudad es ahora nuestra. Ahora y para siempre.

En cuanto Zaul’Yreesh pronunció estas palabras las guerreras se lanzaron contra los policías más cercanos. El gobernador quedó petrificado en el sitio mientras sus escoltas empezaban a disparar al gigante, pero sus armas eran tan efectivas contra él como lo habían sido las armas de los eldars oscuros. Las amazonas y las guerreras restantes también atacaron a los policías del campo de batalla con salvaje ferocidad profiriendo de nuevo horripilantes chillidos agudos.

Hargus miró por las aspilleras al oír aquel ruido y vió cómo las guerreras estaban masacrando a sus hombres.

- ¡Por todos los...!

La prisionera le miró divertida.

- ¡Ja! El Caos es sin duda astuto -se mofó ella mirando despreocupadamente por otra aspillera-, pero no es necesaria mucha astucia para engañar a vuestra raza.

Hargus escuchó sus palabras pero no tenía tiempo que perder. Sacó la boca del cañón de su rifle por la aspillera y disparó.


CONDENACIÓN

El gigante ignoró los disparos de la escolta del gobernador mientras se acercaba a ellos lentamente, casi con burla. El gobernador corrió a su vehículo mientras los policías retrocedían disparando inútilmente. Al fin desistieron y también huyeron presas del pánico, pero cuando llegaron a la altura del vehículo, un escalofriante rugido les heló la sangre.

Incluso el combate entre humanos y demonios se detuvo por unos instantes al oír los agónicos rugidos del Príncipe Demonio. Zaul’Yreesh se retorció para ponerse la mano en un costado. Se oyó una ráfaga de disparos y el gigante se agitó de nuevo profiriendo bramidos de dolor por segunda vez. El gobernador miró hacia la ciudad y vió a un hombre embutido en una armadura gris blindada que le hacía parecer un coloso, con enormes hombreras y espinilleras, supuestamente para protegerle y mantener el equilibrio. Llevaba una enorme túnica blanca cuya capucha ensombrecía su rostro. Una mochila blindada estaba adosada a la espalda de la armadura. Tras él había aparcada una motocicleta de patrulla del DPLP. El hombre empuñaba un arma ricamente decorada con la que volvió a disparar al demonio entonando una especie de cántico. Los proyectiles trazaban líneas blancas y amarillas mientras volaban fugazmente hacia el demonio.

- ¡Iaaargh! ¡Maldito seas, hijo del Emperador! -le espetó al humano.

Los impactos de aquel arma parecía afectar enormemente a Zaul’Yreesh, quien de nuevo retrocedió mirando con odio al hombre mientras su cuerpo era salpicado de su negro fluido vital. Repentinamente el gobernador miró a la faz descubierta de su salvador y le reconoció.

- ¡¿Yarius?! -susurró con rostro sorprendido.

- ¡Vuelve a tu infierno, engendro del Caos! -gritó el acorazado Yarius disparando su arma esta vez de forma contínua.

El Príncipe Demonio fue alcanzado en las piernas e incó su primera articulación en la tierra. Los sucesivos disparos le hirieron en el abdomen y el pecho y finalmente la criatura cayó de espaldas golpeándose con su cornuda testa en el suelo. Permaneció allí, inmóvil; de su sangre se desprendía ahora una especie de gas incoloro que se disolvía rápidamente en el aire. Parecía muerto.

Hargus observaba la escena desde el búnker. Casi no podía reconocer al anciano bibliotecario en aquel hombre que acababa de tumbar al demonio. Decidió aprovechar la oportuna muerte del gigante. Salió del búnker y gritó.

- ¡Policía de Longbow Port! ¡Al ataqueee!

Los policías dispararon sus armas con un renovado vigor, pero por desgracia éstas no eran mucho más eficaces por ello. Yarius avanzó corriendo hacia ellos. Pasó junto al vehículo del gobernador, quien le siguió con su atónita mirada sin pronunciar palabra. Volvió a disparar y abatió a dos diablesas como si fueran humanas normales. Sus inertes cuerpos desaparecieron en dos fugaces estallidos multicolor. Otra de ellas se le acercó, él desenfundó una espada con un sólo filo y numerosas decoraciones en su ancha hoja. Empezó de nuevo con sus salmos de guerra y de un simple tajo abatió al demonio. Una nueva ráfaga de su bendita arma eliminó a dos más y su espada acabó con una tercera. Era impresionante ver cómo los policías realizaban ataques totalmente infructuosos mientras en bibliotecario empuñaba armas capaces de erradicar a aquellas monstruosidades como si fueran simples humanos. Sin saber por qué, los salmos del anciano revitalizaron a los exaustos policías.

- ¡Retiráos! -ordenó Yarius a los policías- ¡Alejáos de aquí!

El gobernador, sin salir de su vehículo, observó la imagen de Yarius exterminando aquella plaga que él había causado. Se sintió estúpido por haber hecho caso a Lord Mathey. El departamento de policía al completo estaba siendo aniquilado por esos seres. Pensar en Lord Mathey le hizo pensar en la criatura en que se transformó y miró a su cuerpo. Su prominente pecho estaba surcado de balazos o lo que fuera que disparaba el arma de Yarius. Se sintió bien ahora, pensando que aquel monstruoso ser había recibido su merecido. Pientras lo contemplaba vió cómo sus tendones se contraían espasmódicamente agitando todo su enorme cuerpo, como estertores de muerte.

En medio del combate, el capitán Hargus se reunió con Yarius. La estatura de este último era ahora muy superior. Hizo un gesto despectivo a su brazo cuando el bibliotecario le miró la herida.

- ¡Alejad a vuestros hombres de aquí! -dijo Yarius- ¡No podéis hacer nada contra ellas!

- ¡¿Y quién puede hacer algo?! ¡Son un maldito ejército invencible!

- ¡Debemos ir al ayuntamiento y enviar un mensaje a la guardia imperial enseguida!

Una diablesa se acercó a ellos. Hargus descargó su rifle automático contra ella pero sólo consiguió que se detuviera unos instantes, suficientes para que Yarius la atravesara con su espada. La criatura gimió y se desplomó sobre Yarius, que la arrojó al suelo.

- ¡Cree que la guardia imperial puede detener a esas cosas! -gritó Hargus.

- ¡No! ¡Pero llamarán a quien puede hacerlo! ¡Ahora debemos defendernos en alguna parte! ¡Os están desbordando!

- ¡Pero entonces tendrán la ciudad a su merced!

- ¡Si logramos avisar al Imperio serán eliminadas! ¡No es solo esta ciudad lo que buscan sino el planeta entero! ¡El sistema solar entero!

- ¡¿Qué?! ¡Eso es imposible! ¡Por muy invencibles que parezcan no pueden conquistar todo el planeta!

- ¡No están solas! -Yarius hizo un gesto triste, como si recordara algo doloroso- ¡Nunca lo están!

Hargus supo que Yarius sabía de lo que hablaba, pero le pediría explicaciones después.

- ¡Iremos a la comisaría! ¡Cúbranos con esa jodida arma suya!

El capitán Hargus ordenó una retirada total hacia la comisaría por el intercomunicador. Una diablesa apareció tras él y alzó una pinza para destrozarle. Yarius le cortó el brazo y la atravesó con una ráfaga de su arma. Luego retrocedió junto con el resto de policías que pudieron hacerlo sin dejar de disparar. No pudo evitar pensar en los inocentes civiles de Longbow Port. Esperó que las puertas blindadas pudieran mantenerlas fuera de los edificios. Más demonios se le acercaron. Lanzó un tajo vertical sobre una, ella le esquivó y le golpeó con el reverso de su pinza haciéndole tambalearse ligeramente. Las pinzas se cerraron sobre uno de sus brazos y su cintura. Yarius se volvió rápidamente y la golpeó con el arma. La fuerza centrífuga le libró de la diablesa, que sólo consiguió arañar su armadura.

El gobernador se estaba alejando a toda velocidad por una gran avenida en su vehículo junto a sus escoltas. Se maldecía una y otra vez por no haber hecho caso al bibliotecario, pero ahora lo iba a hacer. Iría al ayuntamiento y enviaría un mensaje a la guardia imperial. La guardia imperial destruiría a esas cosas de una vez mientras él estaría a salvo en el ayuntamiento con sus guardias personales. Su comunicador sonó. Era Hargus. El policía le preguntó adónde iba y el gobernador dijo que al ayuntamiento a avisar a la guardia imperial.

- ¡Bien! -dijo Hargus al comunicador antes de cortar. Luego se dirigió a Yarius- ¡El gobernador va a enviar el mensaje! ¡Nosotros no tenemos más que resistir en la comisaría el tiempo necesario!

Repentinamente las diablesas se retiraron del combate. Una a una todas se alejaron por las calles. Los policías intentaban seguirlas pero ellas eran muy rápidas.

- ¿Qué ocurre? -preguntó Larson acercándose a Hargus- ¿Se retiran?

- ¡Oh, no! -se oyó decir a Yarius, que miraba fijamente en una dirección.

El bibliotecario corrió hacia la motocicleta que habia tomado de la comisaría, montó y se dirigió a toda velocidad hacia el ayuntamiento. Al pasar junto a Hargus y Larson se detuvo, les repitió que se encerraran en la comisaría y resistieran todo lo que pudieran y pidió que dos VCR cargados de hombres le acompañasen. Larson se preguntó otra vez qué ocurría mientras Hargus miraba en la dirección en la que miraba Yarius. Reconoció el lugar en el que el gigantesco ser, Zaul’Yreesh, fue abatido por los disparos del bibliotecario, pero faltaba algo. El cuerpo del Príncipe Demonio no estaba allí. Oyó un rugir de motores y se giró justo a tiempo de ver cómo Yarius y los dos VCR se alejaban.

El vehículo oficial dió un frenazo a las puertas del ayuntamiento. La compuerta blindada estaba cerrada. El gobernador ordenó que la abrieran por el comunicador y la puerta se deslizó hacia abajo. Tres guardias salieron. El gobernador les dijo que entrasen y se oyó un rugido a sus espaldas.

- ¡Insignificante despojo humano! ¡Morirás lentamente por esta osadía!

Zaul’Yreesh seguía vivo. El gobernador pudo verle una vez más al frente de su ejército de engendros diabólicos mientras se acercaba por la avenida que desembocaba en la fachada del ayuntamiento. A pesar de que estaba bastante lejos, su rugidos eran perceptibles. No pudieron oír gritos de terror de las casas abarrotadas de gente por donde la bestia pasaba sin hacer el menor caso de ellos.

- ¡No traerás aquí a los sicarios de tu Emperador! -bramó mirando fijamente al gobernador. Sus ojos ya no reflejaban inteligencia, sino odio.

Un sonido de motores llamó la atención del gobernador y sus escoltas por la calle de la derecha. Yarius se acercaba en una motocicleta policial al lado de un VCR al que seguía una segunda tanqueta.

- ¡Gobernador! -gritó Yarius con una voz potenciada por algún tipo de amplificador- ¡Envíe ese mensaje! ¡Ahora!

El gobernador entró en el gran vestíbulo, donde sonaba una dulzona melodía que le irritó. Los policías se dispusieron a disparar y el gobernador les ordenó que sellaran todas las entradas y que informaran a todos los policías del ayuntamiento que debían apoyar a los VCR por todos los medios posibles. Él, por su parte, se dirigió rápidamente a la sala de transmisiones extraplanetarias; que contenía el único dispositivo de la ciudad capaz de enviar transmisiones al espacio exterior. Desde allí llamaría a la estación espacial Damocles XI, donde varios regimientos de la guardia imperial aguardaban cualquier aviso de emergencia.

En el exterior, Yarius ordenó algo a los conductores de los VCR. La primera tanqueta se acercó mucho a la fachada del ayuntamiento y se detuvo justo ante la pesada compuerta, impidiendo que nadie entrara o saliera por ella. La segunda tanqueta se detuvo tras ésta, dominando toda la anchura de la avenida. Yarius detuvo su motocicleta junto al primer VCR y desmontó. Los doce policías que transportaba cada VCR empezaron a bajar pero Yarius ordenó que tres hombres de cada grupo dispararan las ametralladoras de los laterales de los vehículos.

Los demonios se seguían hacercando. Algunos de los hombres tenían mucho miedo de volver a enfrentarse a ellas. Yarius entonó unas palabras:

- Serán puros de corazón y físicamente fuertes, libres de cualquier duda y de las limitaciones del orgullo. Serán como estrellas brillantes en el firmamento del campo de batalla. Serán Ángeles de Muerte bajo cuyas brillantes alas se producirá la rápida aniquilación de los enemigos de la humanidad...

Los policías le miraron. Un sargento le dijo:

- ¿Qué es eso?

Él contestó:

- Hace diez mil años un hombre dijo estas palabras para describir a quienes serían sus hijos y los hijos de quienes eran como él. Hoy, los hijos de los hijos de sus hijos se mantienen tal y como él los concebió. Somos los marines espaciales. Defenderemos la humanidad y destruiremos a quien la amenace mientras a uno de nosotros le quede un hálito de vida.

- ¿Usted... usted es un marine espacial?

El teniente de policía Jano, al mando de la guardia del ayuntamiento, contactó con Yarius por el comunicador mientras le miraba por la ventana, pero se quedó escuchando sus palabras en lugar de hablar.

- En efecto -Yarius miró a los ojos al sargento- yo soy Damasso Yarius Desmanio, bibliotecario de la 4º Compañía del capítulo de los Injuriadores. Enviado a mi retiro a esta ciudad para enseñar e inculcar la fe en el Emperador. Pero amo demasiado a la humanidad como para castigar a aquellos que no son herejes, sino que sólo no comprenden -Yarius bajó la vista- Lo que ocurre ahora es por mi culpa.

El anciano marine alzó la vista recordando la famosa cita “la tolerancia es un signo de debilidad”. Se sintió furioso por que esa debilidad fuera la suya.

- ¿Entonces es cierto? -preguntó otro policía mientras los demás hablaban entre sí- ¿Existe el Emperador?

- ¡Por supuesto que existe! ¡Por todos los...! ¡Yo estoy aquí por Él! ¡Y estoy dispuesto a morir por Él aquí si con ello puedo salvar a esta ciudad, a este planeta! -Yarius observó lentamente a cada uno de los policías- ¿Y vosotros? ¿Qué estais dispuestos a hacer para proteger a esta ciudad? ¿Para proteger al Emperador, al que vive desde hace más de diez milenios para salvaguardar la humanidad?

Los policías se intercambiaron miradas y asentimientos de cabeza. Uno de los sargentos dijo al fin:

- ¡Todo lo que esté en nuestra mano!

- ¡Ya lo creo que sí! -todos miraron al teniente Jano, aún asomado a la ventana, mientras amartillaba su rifle.

Zaul’Yreesh arengaba a sus diablesas con sus rugidos. No caminaba con la soltura de antes. Parecía que, después de todo, los disparos de aquel humano le habían herido a pesar de que sus heridas corpóreas ya habían sanado. Al mirar a su objetivo reconoció al mismo humano al frente de la patética fuerza que se había congregado a las puertas del edificio. Exhaló profundamente con ansia y se lanzó a la carga rodeado de sus guerreras. Pudo oír el grito de guerra del humano antes de que empezara a disparar de nuevo con esa arma letal para ellos:

- ¡Por el espíritu del Emperador!

Los vehículos y los policías se unieron a Yarius en su fuego a discreción. Hubo un gran estruendo tras ellos y se percataron de que muchos más policías estaban disparando por las ventanas del primer piso del ayuntamiento. Las diablesas presentaban un blanco perfecto ahora, no como antes, que estaban mezcladas entre ellos. Algunas empezaron a caer, pero la mayoría de las que caían volvían a levantarse. El arma de Yarius volvió a mostrar su terrible eficacia abatiendo una diablesa tras otra. Dos de los policías dispararon sus lanzagranadas y dos explosiones destrozaron algunas diablesas del frente. Las ametralladoras pesadas de las torretas de los VCR vomitaban muerte de forma ensordecedora. Los policías reponían una y otra vez los cargadores de sus armas. Todo el primer piso del ayuntamiento escupía fuego por sus ventanas.

Los demonios forzaron la marcha ya que su antinatural invulnerabilidad estaba siendo comprometida ahora que sus enemigos podían acribillarles desde lejos. Zaul’Yreesh se mantenía retrasado para evitar la tormenta que estaba abatiéndose sobre sus diablesas. Observó que el marine espacial había dejado de disparar y ahora alzaba una mano abierta hacia ellas. Sintió una perturbación en el espacio disforme. El Príncipe Demonio pudo sentir cómo el humano estaba extrayendo energía del Inmaterium, preparando un ataque psíquico.

Yarius tenía los ojos cerrados. Se esforzaba por evitar llamar la atención de los demonios de la disformidad mientras llenaba su espíritu de energía. Lo consiguió. Cuando abrió los ojos éstos brillaban con una luz blanca que palidecía su rostro. Con la mano aún hacia los demonios, gritó:

- ¡Desíntegro!

Su grito sonó como un coro de voces graves, de forma parecida a la voz de Zaul’Yreesh. La luz de las farolas se combó alrededor de su mano con un agudo zumbido un instante antes de que una brutal explosión devastara a otro grupo de diablesas. La explosión provocada por Yarius no produjo humo ni fuego, sólo una gran luz blanca. Los demonios cercanos se detuvieron gimiendo ante el fogonazo para reemprender su carrera segundos después. Yarius se alejó de los policías y desenvainó su espada. Con el arma en una mano y la espada en la otra gritó haciendo gestos a Zaul’Yreesh:

- ¡Ven a mí, demonio! -disparó otra ráfaga y dos diablesas más cayeron- ¡Solos tú y yo!

- ¡¿Está loco?! -le gritó un policía.

- ¡Sí, hijo del Emperador! ¡Vamos! -le contestó el demonio batiendo de nuevo sus alas, alzándose en el aire, dirigiéndose hacia él.

El gobernador salió del ascensor. Se encontraba en la quinta y última planta del ayuntamiento, donde se encontraba el transmisor que emitía por la gran antena de comunicaciones que el ayuntamiento lucía en lo alto de su estructura. Se dirigió a la sala de transmisiones ordenando a los ejecutivos y trabajadores que volvieran a entrar en sus departamentos, que no se preocuparan. Justo cuando iba a abrir la puerta de la sala su comunicador sonó. Respondió a la vez que entraba. Era el teniente de la guardia del edificio diciéndole que las criaturas estaban ya muy cerca. Ordenó que aguantaran.

Yarius y Zaul’Yreesh cargaron el uno contra el otro entre gritos de odio y rabia. El demonio volaba a ras de suelo levantando polvo y desperdicios de la calle con su batir de alas. Con un rugido movió su gran espada con un tajo por la izquierda y el humano se revolcó por el suelo pasando por debajo de la hoja. Al levantarse disparó al demonio y le alcanzó, pero los pocos proyectiles que impactaron no hirieron a la criatura. Zaul’Yreesh volvió a la carga volando justo sobre la cabeza del humano y dejándose caer. Yarius tuvo que saltar para no ser aplastado. El demonio cayó pesadamente sobre sus pezuñas agrietando el pavimento a su alrededor.

Las primeras diablesas se habían enzarzado en un cuerpo a cuerpo con los policías de la calle mientras los de las ventanas disparaban a las restantes. Los policías habían calado bayonetas y se defendían desesperadamente. Uno de los sargentos se agachó para evitar un golpe y atravesó a su atacante con la bayoneta, luego la golpeó en la cabeza con la culata arrojándola al suelo. Otro policía decapitó en un golpe de suerte a su oponente; otras dos más se le acercaron. Atravesó la cabeza de una en una rápida estocada y rajó el vientre de la otra, pero la herida de la segunda se cerró ante sus ojos. Su arma quedó destruida cuando ella la aplastó con una de sus pinzas mientras la otra le seccionaba el brazo derecho. Apenas tuvo tiempo de gritar antes de ser apresado en un mortal abrazo que le sacó el aire de los pulmones antes de hacer crujir su caja torácica y hacerle escupir sangre. La diablesa lamió la sangre de su boca con su lengua puntiaguda.

El VCR que bloqueaba la puerta era defendido frenéticamente por los policías que quedaban mientras el otro sufría los embates de la caballería demoníaca. Por suerte el blindaje de las tanquetas era demasiado resistente como para verse afectado por las diablesas. Disparos y explosiones se sucedían entre las diablesas más alejadas de la puerta mientras los policías de las ventanas intentaban mermar sus efectivos.

Yarius esquivó un nuevo tajo por la izquierda de su gran oponente y le hirió con su espada en el torso. A cada golpe que Yarius propinaba lo acompañaba con salmos y melódicos versos que molestaban enormemente a Zaul’Yreesh. El demonio golpeaba sin cesar y Yarius se esforzaba por esquivarle y herirle al contraataque, pero no estaba resultando nada fácil. Zaul’Yreesh acercó su pinza al bibliotecario para apresarle por la cintura, Yarius se apartó saltando a un lado pero fue golpeado por la mano libre del demonio en la cabeza. Mientras intentaba permanecer en pié una coz le lanzó hacia atrás estrellándolo contra una farola. El tubo metálico de la farola se rompió y cayó sobre la cabeza de Zaul’Yreesh, quien simplemente volvió a levantarla y la apartó a un lado.

- Es muy divertido luchar contigo, hijo del Emperador -le dijo con una sardónica sonrisa llena de dientes puntiagudos- pero no puedo perder más tiempo jugando.

La espada del demonio trazó un arco sobre su cabeza, pero Yarius rodó de nuevo evitando por poco la endiablada hoja, que se hundió en el asfalto lanzando pedazos al aire. El marine gritó:

- ¡¡¡Con la espada purgaré al corrupto!!!

Y cortó el antebrazo que intentaba extraer la espada del subsuelo. El tajo había provocado una enorme herida en el brazo del demonio, quien rugió de rabia y frustración. Dejó la espada allí y caminó rápidamente hacia él. Yarius retrocedió disparando de nuevo su arma, pero la furia del demonio parecía hacerle más poderoso. De un revés le arrancó el arma de la mano. Luego lo atrapó por la cintura con ambas manos y lo golpeó repetidamente contra el suelo.

Los pocos policías que quedaban se habían subido sobre techo del VCR que bloqueaba la puerta y se limitaba a evitar que las diablesas les alcanzasen mientras la guardia del ayuntamiento las acribillaba. Una verdadera masa de demonios se arremolinaba alrededor de ellos pugnando por alcanzarles. Sus ensordecedores chillidos eran insoportables. Una pinza se alargó entre la multitud y arrastró hacia fuera al sargento que quedaba por un pie. Los forcejeos de sus compañeros no pudieron evitarlo. Uno de los policías miró a la derecha y vió al gigante de espaldas golpeando al bibliotecario contra el suelo como si manipulara un martillo.

El demonio siguió golpeando a Yarius hasta que finalmente lo dejó en el centro de la calle. Por suerte el bibliotecario no se había golpeado en la cabeza pero todo su anciano cuerpo estaba intensamente dolorido. El demonio le miró una vez más a los ojos y alzó ambas manos unidas para descargar un golpe mortal sobre su peto. La cara del demonio se tiñó de su sangre negra cuando algunos disparos le alcanzaron en la nuca y el cuello. El policía le estaba disparando en un intento de salvar a Yarius, quien aprovechó para intentar escabullirse; pero el demonio acabó de ejecutar su movimiento.

El policía miró impotente cómo el demonio golpeaba sobre el humano haciendo temblar el pavimento y levantando una gran nube de polvo. El polvo se disipó poco después descubriendo un boquete en el pavimento justo donde se encontraba Yarius, que había desaparecido. El hedor que manó del agujero delató que el demonio había aplastado al humano sobre una tapa de alcatarilla que había cedido por el brutal golpe arrojando su cuerpo a las cloacas.

- ¡Nooo!

El grito del humano hizo sonreir de nuevo a Zaul’Yreesh, quien soltó una carcajada mientras recogía su espada incrustada en el suelo. El demonio se lanzó corriendo sobre la parte trasera del VCR mientras la gran herida de su brazo dejaba de sangrar. El impacto hizo temblar la tanqueta y algunos humanos más fueron arrastrados hacia afuera por las diablesas. El Príncipe Demonio deslizó sus tres brazos bajo el vehículo y lo levantó, con gran esfuerzo a pesar de su antinatural fortaleza. Los humanos que restaban se resbalaron hacia la parte delantera y cayeron sobre la masa de diablesas con nefasto resultado. Varias diablesas más empujaron el vehículo para ayudar a su líder. Una vez la hubo levantado, Zaul’Yreesh la empujó alejándola de la puerta y la volcó hacia ese lado dejando paso libre. Luego golpeó la compuerta con su espada y la rajó. Siguió cortando aquel grueso metal como si fuera la carne de su presa; tras varios golpes la puerta había sido reducida a algunos jirones retorcidos y sus hordas empezaron a abrirse paso entre ellos. El demonio alzó la vista tras cortar a rodajas la segunda tanqueta y vió que la gran antena de comunicaciones de lo alto del edificio se estaba moviendo. Entrecerró los ojos mientras se alejaba de la puerta para que las diablesas invadieran el interior. Se oyeron disparos.

El gobernador recibió una llamada de la guardia del ayuntamiento diciendo que las criaturas estaban entrando. Instó al operador de comunicaciones a que se diera prisa en posicionar la antena, pero éste le dijo que no encontraba las coordenadas correctas, que había perdido el libro de códigos. El gobernador supo que era culpa suya. En sus seis años de gobierno nunca había hecho contactos extraplanetarios, y menos con el Imperio. Los más que había hecho era contactar con los cargueros comerciales cuando se aproximaban. Se limitaba a pagar al recaudador imperial que llegaba cada año a cobrar impuestos y nada más. Creía que las relaciones con el Imperio no podían reportar beneficios a la ciudad, con lo que eran innecesarios. Pero ahora necesitaba a las tropas imperiales en su ciudad, y no podía contactar con ellas porque sencillamente “habían perdido la práctica” en llamar fuera del planeta.

- ¡Ah! ¡Aquí está!

El joven operador de comunicaciones sacó un gran cuaderno de un cajón de un escritorio. Se sentó de nuevo ante el aparato de comunicaciones hojeando el cuaderno. Se detuvo en una página y empezó a revisarla pasando el dedo por las líneas. Al fin encontró las coordenadas y la frecuencia de la estación Damocles XI. Empezó a introducirlas en el aparato tecleando. Los auriculares emitieron ruido de interferencias. El operador se los ajustó a la cabeza al gobernador quien dijo por el micrófono:

- Atención. Atención, por favor. Esto es una alerta de invasión. Repito. Alerta de invasión. Aquí el puerto espacial Longbow Port desde el sector Landa Secundus del planeta Yormuni II llamando a la estación imperial Damocles XI. Alerta de invasión...

No hubo respuesta. El operador le indicó que siguiera intentándolo mientras ajustaba el aparato girando ruedas y moviendo clavijas.

- Solicitamos intervención inmediata de las fuerzas imperiales. Aquí el puerto espacial Longbow Port...

Hubo un crujido metálico. Provenía de encima de ellos, de la azotea. Más crujidos. Un gruñido esforzado. El sonido de la radio empezó a extinguirse y el gobernador se alarmó. De pronto vieron algo por la ventana, algo metálico muy grande que caía desde la azotea a la calle. Uno de los policías que acompañaba al gobernador se asomó por la ventana con sumo cuidado.

- ¡Es la antena de comunicaciones!

En cuanto lo dijo fue arrastrado al exterior de golpe. Su decreciente grito pudo oírse mientras se precipitaba fachada abajo. Se oyó un siniestro coro de voces hablando a la vez mientras la gente se apartaba de la ventana.

- Te dije que no traerías aquí a los sicarios de tu Emperador.

Una gran forma descendió desde la azotea manteniéndose en el aire con su poderoso batir de alas. Zaul’Yreesh escudriñó rápidamente el interior, se alejó un poco de la fachada y volvió con una estruendosa carga con la que echó abajo la pared exterior, colándose en la habitación. Todo el mundo salió corriendo mientras el demonio se sacudía fragmentos de encima. Acto seguido salió de la habitación derribando la ridícula puerta junto con el pedazo de pared después de cortar verticalemnte el aparato de comunicaciones de un tajo de su espada.

El gobernador corrió escaleras abajo sin querer meterse en el ascensor. Pudo oír gritos de terror y agonía que bajaban por la escalera mientras el Príncipe Demonio se divertía torturando al personal de los departamentos que había dejado atrás. Corría a trompicones junto a los tres policías y algunas personas que tampoco se metieron en el ascensor. Cuando llegó al cuarto piso tropezó y cayó rodando por las escaleras hasta el rellano entre el cuarto y el tercer piso. El personal pasó de largo mientras los policías se esforzaban por ponerle en pié. Oyeron los gritos de las personas que acababan de bajar acompañados de chillidos agudos. El gobernador miró petrificado hacia abajo y ordenó que le ayudaran a volver arriba. No se había roto nada pero no pudo pensar que hubiera sido una suerte. En el cuarto piso se reunió con varios guardias de esa planta; ordenó que trajeran a todos los guardias disponibles al descansillo y que montasen una defensa. Mientras, él se escondía en el departamento más hondo del pasillo.

En aquel despacho no había nadie. Cerró la puerta de madera por dentro y derribó un archivo cercano sobre ella para impedir que nadie entrara. Acto seguido cerró la persiana blindada de la ventana y se metió bajo la mesa, ansioso de descargar todos los nervios y el miedo que tenía en el cuerpo. Deseó y rezó por que su mensaje hubiera llegado a Damocles XI. Pensó que era un buen momento para volver a la fe en el Emperador.

En la estación espacial Damocles XI, los guardias imperiales al cargo de la torre de transmisiones permanecían alertas a cualquier aviso. En una de las salas de comunicaciones una veintena de operadores manipulaban otros tantos aparatos de recepción de mensajes. La puerta se abrió deslizándose hacia un lado y un engalonado oficial entró.

- ¿Alguna novedad aquí? -preguntó.

Los operadores le respondieron de uno en uno anunciando el sector que cubrían. Aquella sala se dedicaba a monitorizar los mensajes que el planeta Yormuni II pudiera enviarles:

- Sector Alfa primus. Sin novedad.

- Sector Beta primus. Sin novedad.

- Sector Delta primus. Sin novedad.

- Sector Landa primus. Sin novedad.

Todos repetían la misma frase hasta que:

- Sector Landa secundus. Señor, he recibido algo extraño hace sólo unos instantes, como unas interferencias -el oficial se acercó al operador-, pero no era nada claro. Ni siquiera soy capaz de distinguir si querían contactar con nosotros o si fue un error porque se cortó a los pocos instantes.

- ¿Sabe al menos de qué parte del sector venía para intentar contactar? -le preguntó el oficial con voz autoritaria.

- No, señor. No pude...

- Entonces no podemos hacer nada. Déjelo en llamada falsa.

El operador asintió mientras tomaba notas en un cuaderno a su lado.

Los disparos y gritos eran audibles aún desde el despacho que ocupaba el gobernador. Temblaba inconteniblemente cerrando los ojos con fuerza por el pavor de ser encontrado allí, acurrucado bajo el escritorio, empapado de sudor. Se oyeron chillidos agudos seguidos de disparos, y después de gritos humanos. Muchas pisadas. Disparos. Gritos. Chillidos. Los ruidos se acercan. Gritos. Disparos. Un gran rugido. El crujir de huesos y tendones. Gritos. Silencio... Ya no hay disparos. Pasos pesados. Se acercan...

Silencio. El gobernador ya no oía nada al otro lado de la puerta. Abrió los ojos y parpadeó una par de veces. Hubo un gran ruido, como si hubieran embestido la puerta con un ariete. Otro golpe. El fichero se tambaleó un poco. Otro golpe. Otro más. El fichero voló hacia el interior y cayó pesadamente junto a la mesa. No miró. Se limitó a permanecer allí con el ánimo de no ser encontrado. Hubo un estruendo cuando el trozo de pared alrededor de la puerta fue derribado. Las zancadas se acercaron a él. Pudo sentir cómo hacían temblar el suelo con su cabeza apretada a las baldosas. Apretó los ojos y se acurrucó aún más como un niño en su cama en una noche de tormenta. El escritorio que le cubría desapareció entre crujidos de madera y se sintió bañado por la luz de las lamparas. Luego sintió de nuevo una sombra sobre él. Abrió los ojos lo justo para volver a ver a aquella bestia gigante. Estaba allí, a su lado, bañado en la sangre de los policías. El escritorio estaba sobre otra mesa, destrozado. Empezó a jadear por el terror mientras el demonio le miraba impasible. La mirada de Zaul’Yreesh se tornó sarcástica mientras le mostraba sus dientes en una perversa sonrisa. Una carcajada le rasgó los oídos mientras una gran manaza se le ponía sobre el hombro. El sollozante gobernador se sintió izado en el aire. El tercer brazo del demonio cerró su pinza alrededor de su brazo izquierdo y se lo apretó lentamente. Una serie de gritos propios de un crío se sucedieron mientras su carne era lacerada y su hueso quebrado. De un tirón arrancó el sanguinolento miembro y lo depositó cuidadosamente en el suelo junto a él. El humano siguió gritando de dolor y de miedo.

- Tranquilo, humano. Esto sólo es el principio de tu muerte. Aún sentiremos mucho más placer hasta que raye el alba.

El ayuntamiento de Longbow Port quedó en silencio. Las diablesas salieron en desbandada por las puertas una vez hubieron aniquilado a todo ocupante del edificio. Su número había disminuido, pero aún eran un ejército y recorrieron toda la ciudad derribando puertas y extendiendo la tortura y el terror. Sólo unos violentos gritos rasgaban la noche en el ayuntamiento.

- 8 DÍAS DESPUÉS -

Laendenou echó otro vistazo al horizonte encaramada a una de las plataformas gravitatorias como alas de su Falcon. La lejana ciudad mon-keigh no daba signos de actividad; más bien parecía hallarse en ruinas desde hacía mucho tiempo, pero hace sólo una semana esta parte del planeta estaba intacta, con los humanos ocupando avariciosamente el terreno del que se proclaman dueños sin ningún derecho. La vidente eldar reajustó los visores de sus hombros, que enviaban las imágenes captadas al visor de su casco, para volver a una vista normal y continuar. Se bajó de la plataforma y entró en el vehículo por detrás seguida de su escolta. El Falcon se elevó aún más del suelo e inició un movimiento hacia adelante seguido de otro tanque gravitatorio similar, un tercero artillado con un gran cañón acabado en un gran prisma de cristal y un cuarto ligeramente diferente, más ancho, un Serpiente. Un gran ejército de guardianes a pié divididos en escuadras en formación de triángulo seguía a los vehículos. Varios grupos de eldars montaban en pequeñas motocicletas gravitatorias de morro ovalado. Otros llevaban túnicas de camuflaje marrón claro adptadas al desierto que les hacían difícilmente distinguibles aún en movimiento. Un enorme y muy estilizado androide movía su gran cabeza de lado a lado mientras sus zancadas seguían a uno de los tanques. Las armaduras de los guerreros a pié eran de un azul levemente grisáceo que contrastaba con sus elevados yelmos amarillos. Los tanques y las motocicletas lucían un azul más vivo y salpicado de motas negras. El androide tenía una base de negro que se volvía gradualmente azul claro en varios puntos como articulaciones y zonas lisas y prominentes. En general no parecía una fuerza de combate, sino un desfile con uniformes de gala. Las armaduras se ajustaban al milímetro al cuerpo de los guerreros, que parecían humanos, pero algunos llevaban su alto yelmo colgado del cinturón descubriendo orejas puntiagudas y ojos ligeramente rasgados. Muchos de ellos eran hembras. Absolutamente todos y cada uno de los eldars del ejército lucían una gema en sus petos, una joya oval de un color ámbar rojizo.

Mientras se acercaban a la ciudad Laendenou la observaba a través del visor de su Falcon. Vió un letrero en una carretera que decía “BIENVENIDOS A LONGBOW PORT”. Cuando hubieron llegado a unos dos kilómetros de la ciudad, ordenó telepáticamente al piloto que se detuviera. Volvió a bajarse. Los cinco brujos de su escolta llevaban unas túnicas negras ricamente decoradas con runas amarillas sobre sus armaduras, al igual que ella. La vidente volvió a activar sus visores. La ciudad estaba bien definida, con los edificios acabando tajantemente en los límites de la ciudad. Vio una amplia mancha carmesí a pocos metros de los edificios, en las afueras. Ajustando la imagen descubrió lo que habían venido a buscar. Los restos de un ejército de eldars oscuros, esparcidos en ochocientos metros ante la ciudad humana. Reconoció los restos de algunos transportes de incursión de sus oscuros primos.

- No suponíamos que el plan iba a resultar tan satisfactorio -le dijo uno de sus escoltas.

- Algo no encaja en esto -respondió Laendenou- si fueron eliminados antes de que pudieran entrar en la ciudad, ¿qué ha provocado la destrucción de ésta?

- Siento algo maligno en ese lugar -intervino otro de los brujos.

- También yo. Debemos cerciorarnos de que no queda nada con vida cuando dejemos esta ciudad atrás.

Laendenou estableció contacto telepático con las escuadras de exploradores. Les ordenó reconocer las afueras de la ciudad, especialmente los restos de batalla, para preparar una aproximación del ejército. Los eldars con túnicas camufladas salieron de las formaciones y empezaron su aproximación. La vidente les observó mientras se acercaban a aquel amasijo de restos humanos y eldars oscuros. Pudo ver cómo los esquemas de camuflaje de sus túnicas y yelmos cambiaban automáticamente de color mientras se movían entre los restos negros de vehículos, casi ocultándolos de nuevo a su vista. Poco después establecieron contacto telepático con ella informando de que no había absolutamente nadie vivo ni montando guardia en los búnkers. Ella les dijo que se adentraran en las primeras calles y las aseguraran porque ella iba a aproximarse con el resto de las fuerzas.

Los exploradores desaparecieron por la calles mientras los tanques gravitatorios iniciaban de nuevo su marcha seguidos de los guardianes, los motoristas y el androide.

Un cráneo humanoide ennegrecido fue aplastado por el pié de Laendenou al bajar una vez más de su Falcon. Miró el amasijo de metal negro que yacía junto a ella y reconoció la leve silueta de un transporte eldar oscuro. A su alrededor sus guardianes empezaron a reconocer los cadáveres mientras algunas escuadras se adentraban en las calles. Debía hacer al menos una semana que aquellos cuerpos permanecía allí, dado su estado de descomposición. Las moscas formaban un molesto enjambre y los eldars que no llevaban su yelmo puesto se lo colocaron inmediatamente para evitar el horripilante hedor. Cuatro Segadores Siniestros desembarcaron del segundo Falcon. Los brujos caminaban pausadamente entre los restos orgánicos, erguidos tras sus magníficas capas. Tras la máscara de sus yelmos sus ojos estaban cerrados mientras escrutaban la Telaraña en busca de visiones del pasado de aquel lugar. Uno de ellos sacó de entre los plieges de su túnica unas runas hechas de hueso espectral, las estrechó entre sus manos mientras restregaba un pie en el suelo para quitar la sangre seca y las entrañas y las arrojó separando las manos.

Miedo. Ruido. Muerte. Gritos. Los pensamientos de los brujos empezaron a confundirse, pero se esforzaron en ordenarlos y crear algo inteligible de aquel remolino. Sintieron el miedo de los humanos, el ruido de una batalla contra sus oscuros primos, la muerte de unos y otros, gritos. Gritos extraños, emocionados. Sus mentes se vieron turbadas de alguna manera. Una especie de corriente psíquica desbarató sus pensamientos y les impidió seguir viendo el pasado.

Los brujos salieron de su letargo, expulsados por la confusión de aquellas visiones. Laendenou, quien también las había visto, quedó confundida al igual que ellos. Lo que estaba claro es que los eldars oscuros atacaron la ciudad como estaba planeado y los humanos acabaron con ellos. Pero la ciudad no se salvó, como era evidente por la destrucción visible en calles y edificios. A sus pies se esparcían los cadáveres de un gran ejército. Todo indicaba que sus oscuros primos fueron masacrados justo allí, donde ellos se encontraban, por lo que no pudieron ser ellos quienes devastaron la ciudad. Mientras uno de los brujos recogía una a una las runas del suelo un guardián se acercó a ellos, pero permaneció a unos cinco metros y aguardó. La vidente le hizo una seña para que se acercara.

- Mi señora Laendenou, hemos encontrado un cadaver muy extraño. No es un humano ni tampoco uno de nuestros oscuros primos. Es realmente grotesco.

La vidente se acercó a él y puso dos dedos sobre la máscara de su yelmo. El guardián se concentró en mostrarle mentalmente lo que acababa de ver. Al instante siguiente le dijo que la guiase al lugar.

La criatura yacía boca arriba en la tierra. Era tan retorcida y macabra que era difícil decir incluso si estaba boca arriba o boca abajo, pero su pecho estaba hacia arriba. La escuadra que lo estaba observando se apartó cuando la vidente y sus brujos se acercaron. No sabían lo que era pero sin duda había sido un eldar a juzgar por los jirones de ropa y fragmentos de armadura que conservaba. Su torso era relativamente reconocible, pero su abdomen era extremadamente largo y de sus costados surgían patas como si de una enorme araña se tratara. Una de sus piernas era mucho más corta que la otra pero ambas acababan en amasijos de pinchos y cuchillas de hueso, al iguan que sus brazos. Tenía dos cabezas. Una de ellas miraba hacia arriba con ojos vidriosos, una cabeza deforme que podía ser eldar, humana u orka. La otra tenía un cuello mucho más largo y estaba vuelta hacia abajo, incrustada en el abdomen abierto de otro pútrido eldar oscuro. Aquella criatura no se estaba descomponiendo como el resto de cadáveres. Ni siquiera había moscas a su alrededor. Su cuerpo sólo parecía estar desecándose, aunque era difícil decirlo sin haberla visto con vida.

Mientras los brujos examinaban aquello Laendenou recibió un mensaje telepático de los exploradores. Decían haberse reunido con los guardianes y haber encontrado restos de lucha que se extendían por todas las calles a la vista.

- Este ser es caótico -dijo uno de los brujos- Es una aberración. No puede ser natural. Parece más bien un experimento de nuestros oscuros parientes, los hemónculos.

- Todo aquí es muy extraño -dijo la vidente a sus brujos- reúnete con los no vivos, Alissandras, podemos necesitarlos ahí dentro.

- ¿Por qué vamos a entrar ahí, mi señora Laendenou? -le preguntó el brujo que antes había manipulado las runas- Nuestros oscuros primos yacen aquí.

- Nuestra misión es erradicar la partida de caza del pirata Naoghaghk; así pues no nos iremos hasta tener la certeza de que ninguno de nuestros oscuros primos permanece con vida en esa ciudad humana.

El brujo que antes había manipulado las runas deshizo su camino de vuelta a los tanques. Pasó de largo los dos Falcons y el Cañón de Prisma y se detuvo ante el Serpiente. Ordenó al piloto que abriera la compuerta de carga. En el interior había cinco androides sentados, inmóviles; cinco cuerpos que albergaban tras sus caras blindadas una joya espiritual cada uno. Alissandras habló con su mente. Se disculpó por turbar una vez más su merecido descanso eterno, pero sus hermanos en vida necesitaban de su fuerza. Los espectros contenidos en aquellos cuerpos le respondieron que sus disculpas no eran necesarias: estaban dispuestos a luchar por sus hermanos.

Uno por uno los Guardianes Espectrales salieron del Serpiente. Su estatura sobrepasaba ampliamente la de Alissandras. Sus robóticas formas de hueso espectral eran estilizadas, muy similares a las del Señor Espectral que permanecía junto al Falcon de la vidente. Y al igual que él, se comportaban como seres vivos, mirando curiosamente a su alrededor. Uno de los Guardianes Espectrales miraba a los eldars que seguían mirando los cuerpos. En su vista, el espíritu de aquel cuerpo sólo veía las almas de los vivos, como tenues llamas que se movían de un lado a otro. Las cosas inertes eran para ellos oscuras manchas borrosas. Pero Alissandras, como tantas veces en el pasado, les ofreció sus ojos para que pudieran ver el mundo como los mortales. Cuando pasó junto al Señor Espectral, éste le siguió junto a los otros no vivos, obedeciendo la petición de Alissandras.

El brujo se encaminó hacia la vidente y sus camaradas que le esperaban seguido de cinco guerreros sin rostro, con sus estructuras de hueso espectral llenas de la vida que contenían sus joyas espirituales. Laendonou acarició la joya espiritual incrustada en mitad de su peto, pensando que ella misma tendría antes o después que habitar uno de esos cuerpos.

Los exploradores miraban de una calle a otra y sólo veían el mismo panorama. Las paredes de las arcaicas estructuras humanas estaban saturadas de impactos de bala y manchas de sangre, pero ningún cadáver. Un gran vehículo ennegrecido estaba medio hundido en una muralla. Uno de los guardianes que estaban con los exploradores observó algo al pié de una farola cortada a un metro del suelo. Al acercarse levantó el brazo humano cercenado a la altura del hombro cuya verdosa carne se desprendía del hueso, del muñón no salió sangre. Al mirar hacia las afueras vió que sus camaradas avanzaban hacia el interior, soltó el miembro y volvió con su escuadra.

El Señor Espectral apareció por una esquina luciendo sus más de tres metros de altura. El arma de múltiples cañones montada en un afuste sobre su hombro izquierdo giraba coordinadamente con su cabeza, apuntando a dondequiera que el androide mirase. Las motocicletas a reacción le adelantaron a baja velocidad. Tras ellos apareció la vidente. Sus brujos se habían quitado las máscaras de los yelmos.

- Me preocupa sobremanera que haya algo aquí que nos impide escrutar el pasado con claridad -se preocupó Laendenou.

- Comparto esta frustración, mi señora -respondió Alissandras, que era seguido por los guardianes espectrales y el señor espectral- no comprendo qué puede anular nuestra visión de esta manera.

- Sí, y en verdad es frustrante. Debemos descubrir qué nos impide vislumbrar el pasado de este sitio. No quiero pensar que nuestros oscuros parientes han desarrollado una forma de anular nuestras habilidades.

Tres de los cinco brujos se separaron de la vidente y se incorporaron a diversas escuadras de guardianes. Poco después organizaron patrullas de búsqueda y destrucción. Alissandras y sus escoltas espectrales permanecieron junto a Laendenou al igual que un segundo brujo. Durante una hora y media los eldars investigaron concienzudamente cada rincón de la zona este de Longbow Port. No lograron encontrar ningún indicio de vida, sólo restos de lucha. Más que de lucha, de masacre. El interior de las viviendas estaba saturado de sangre y restos, como si alguien hubiera reventado en cada una de las habitaciones. Y las calles eran más o menos iguales a las que encontraron en un principio. Algunas estaban desiertas, otras devastadas. En algunas había barricadas hechas con vehículos y pesadas vallas prefabricadas.

El sol de aquel sistema solar brillaba en lo más alto cuando encontraron los restos de un vehículo bípedo, similar a los bípodes de combate que Laendenou había visto en la armada del vidente Kallerena, pero mucho más tosco y primitivo. En cada plaza que se encontraban había una verdadera montaña de esqueletos chamuscados. Inmensas moles de hueso negro de más de cien metros que rivalizaban en altura con los edificios a su alrededor, como si todos los habitantes de la ciudad hubieran sido llevados a esas plazas. En cualquier punto de las calles por las que pasaban, la vidente y sus brujos seguían siendo incapaces de ver el pasado. Cada vez que lo intentaban una extraña influencia desmoronaba sus pensamientos, pero cada vez eran capaces de resistir más tiempo a este efecto y podían ver un poco más del pasado. Ya eran capaces de distinguir el inicio de la batalla entre humanos y eldars oscuros, pero durante la misma ocurrió algo que no eran capaces de ver. Una laguna en sus mentes.

El avance era rápido ya que los sofisticados sensores portátiles permitían revisar aquellos arcaicos edificios sin mucha demora. Todo el ejército eldar se encontraba en las calles de la ciudad. El Cañón de Prisma autotransportado recorría una gran avenida escoltado por dos escuadras de guardianes, una de ellas acompañada por uno de los brujos. A la izquierda había un gran y largo muro, se detuvieron junto a una entrada a este muro a cuyo lado había una placa que decía “DEPARTAMENTO DE POLICIA DE LONGBOW PORT” bajo una especie de símbolo o escudo. El brujo envió un mensaje telepático a Laendenou informando de su posición y de que iban a inspeccionar un edificio fuertemente defendido con muros. La entrada estaba obstruida por un vehículo inmovilizado al haber sido soldados los ejes de sus ruedas de propulsión terrestre. Los eldars a pié se apartaron mientras el Cañón de Prisma se situaba frente a la entrada, a unos quince metros. La torreta del vehículo gravitatorio tenía dos cañones; uno era muy grande y soportaba el prisma, otro más pequeño apuntaba al propio prisma. El cañón pequeño emitió un zumbido antes de lanzar un contínuo rayo láser de luz rojiza directamente al cristal. El interior del prisma se llenó de destellos de fuego que crecían a medida que el otro cañón lo cargaba. Instantes después el prisma amplificó el láser por refracción y proyectó un ancho haz de luz. La tanqueta explotó en cuanto fue alcanzada lanzando restos incandescentes en todas direcciones. Un pedazo de blindaje rebotó contra la cabina del artillero del Cañón de Prisma dejando tan sólo una rascada en la transparente cubierta. Los guardianes y el brujo se adentraron en los terrenos circundantes al edificio.

Tras haber comprobado gran parte de la zona este de la ciudad, algunos exploradores recibieron órdenes de moverse al lado norte, donde parecía haber un gran campo de aterrizaje para naves mon-keigh. Una escuadra avanzaba cautelosamente por una calle no comprobada. En el próximo cruce de caminos se distinguía algo grande y pesado, seguramente otro vehículo mon-

keigh destruido. El eldar en cabeza se detuvo de pronto y ordenó que todos permanecieran inmóviles; sus túnicas se adaptaron a los colores y formas de sus alrededores y los camuflaron una vez más. Apuntó lentamente con su rifle hacia una ventana cerca de aquel cruce y, al mirar por el visor, vió a la primera criatura viva de la ciudad. Era una humana. La mon-keigh estaba asomada a la ventana mirando las calles, el explorador vió que llevaba un arma colgada del hombro con una correa. En la ventana del edificio de enfrente había un humano, también armado y oteando las calles.

Laendenou estaba en cuclillas mirando los primeros restos de eldars oscuros que habían encontrado en el interior de la ciudad. Era una de sus motocicletas Guadaña, que yacía a un lado de la calle, partida en dos contra un poste metálico que soportaba un orbe de cristal en el extremo. El piloto estaba a veinte metros, aplastado contra una pared y con su negra armadura ensangrentada. Por alguna razón no había sido quemado junto a los humanos de la ciudad. La motocicleta a reacción se había deslizado unos ciento veinte metros a juzgar por el reguero negruzco que había en el suelo tras ella. Al incorporarse la vidente observó unos instantes a Alissandras, los Guardianes Espectrales y al Señor Espectral alejarse hacia la calle que les había ordenado reconocer. Entonces recibió el mensaje telepático de un jefe de exploradores que decía haber encontrado a algunos humanos vivos en una de las calles al norte que vigilaban un cruce. Laendenou meditó unos instantes y le ordenó que los observaran un rato sin hacer nada. Momentos después recibió otro mensaje telepático, esta vez de Shorukusen, uno de los brujos. Decía haber explorado en parte el edificio titulado como “departamento de policía” y haber encontrado restos de una lucha atroz, mucho más encarnizada que cualquier otra de las que habían encontrado. Laendenou le preguntó si habían encontrado algún ser vivo y el brujo respondió negativamente, que sólo había cadáveres humanos y restos de pelea. Laendenou iba a decirle que saliera de allí cuando el brujo la hizo esperar unos momentos; luego le dijo que acababa de encontrar un cadáver eldar oscuro.

El Cañón de Prisma permanecía frente a la entrada al “departamento de policía”. El artillero había salido de la torreta y estaba entre las dos plataformas gravitatorias, de pié junto a la cabina del piloto y revisando que el cañón shuriken no hubiera sufrido daños por la explosión del otro tanque. Al girar la cabeza vió que se acercaba el Falcon de su vidente. El tanque se detuvo cerca de la entrada y de él salieron la vidente y un brujo muy joven. Se inclinó hacia ellos.

El exterior del edificio era una zona arrasada por disparos y agujeros de explosiones. Las puertas principales estaban desencajadas de sus goznes. Lo primero que la vidente y el brujo vieron al entrar era una gran sala llena de cadáveres humanos despedazados. Parecía una macabra y sangrienta orgía. Por todos lados había miembros, vísceras, cuerpos y el constante enjambre de insectos. Algunos guerreros les miraron y saludaron antes de volver a examinar los cuerpos. Shorukusen les dijo por telepatía que sentía su presencia en el edificio y que bajaran unas escaleras al fondo del gran pasillo. Mientras avanzaban el brujo miraba por las puertas sólo para descubrir nuevos montones de putrefactos restos humanos. Los peldaños de madera crujieron al poner un pié en ellos. Algunos estaban rotos y había restos de una baranda. Parecía que un tanque de propulsión terrestre hubiera bajado por aquellas escaleras.

En el sótano les esperaba un guardián que les condujo por una pequeña sala y luego por un largo pasillo con estrechas habitaciones a ambos lados, un calabozo. Varias celdas estaban vacías pero sus puertas, que sólo eran armazones de barrotes metálicos, estaban todas hundidas y arrancadas. Al pasar por otra celda el joven brujo se percató de que la reja estaba hundida hacia fuera en lugar de hacia el interior.

Acercándose al final del pasillo empezaron a encontrar cadáveres de sus oscuros parientes tirados en medio del corredor, supuestamente desgarrados en su intento de huir. Otros yacían en sus celdas, desparramados en cada rincón. En una de las celdas encontraron a Shorukusen.

- Debo confesar que esto resulta desoncertante, mi señora Laendenou -dijo tras saludar a la vidente-. Si los humanos vencieron a los oscuros y metieron aquí a sus prisioneros, ¿quién los exterminó a ambos?

- La ciudad entera es un violento campo de batalla -dijo Laendenou cruzada de brazos- toda la población humana está amontonada en montones quemados en cada plaza, el ejército de nuestros oscuros primos yace en las afueras a excepción de algunos grupos aislados en las calles y ahora aquí. ¡Y sin embargo la ciudad ha sido arrasada como si el mismísimo Khaine hubiera desatado su furia contra ella!

- Desde luego falta algo en este dilema -el joven brujo habló por primera vez-. Como bien dice Shorukusen un tercer ejército o fuerza ha destruido a los oscuros y a los humanos indiscriminadamente.

- No indiscriminadamente -le interrumpió Shorukusen- los humanos han sido incinerados, pero los cuerpos de los oscuros no parecen haber sido alterados. ¿Por qué?

La vidente y los brujos se dirigieron de vuelta a las escaleras seguidos por los guerreros.

- Es obvio que quien ha arrasado la ciudad tiene mayores prejuicios contra de los humanos que contra los eldars -dijo el joven.

- Oh, ¿de veras lo crees, joven Yaahansy? -Shorukusen se dirigió al joven brujo levemente irritado por su alocada seguridad en sus juicios-. Me gustaría saber quién simpatiza de esa forma con nuestros oscuros primos para sólo despedazarlos y no incinerarlos.

Laendenou habló telepáticamente con Shorukusen, diciéndole que su actitud no era ejemplar para Yaahansy. Shorukusen se disculpó. Yaahansy intentó comprender lo que se estaban diciendo pero la vidente se lo impidió; sus habilidades aún no eran lo suficientemente poderosas como para vencer a la influencia de Laendenou.

Al pasar de nuevo por la pequeña sala Laendenou reparó en que una de las paredes estaba cubierta de pequeños armarios, como en una de sus bibliotecas holográficas. Intentó abrir uno con la mano. No cedió. Abrió la mano y enfocó su poder psicokinético. La cerradura se abrió sola y la puertecita se abrió. Vacio. Al abrir otros encontró diversos objetos totalmente extraños. En uno de los armarios reconoció algo parecido a una daga. Su dorada empuñadura estaba rematada en su extremo en una cruz con una aureola y tenía diversas piedras preciosas y símbolos. La hoja era delgada pero en su unión con la empuñadura había más símbolos. Al dar la vuelta al arma vió que la cruz de la empuñadura enmarcaba un pequeño cráneo.

- Esto pertenece a un marine del imperio humano -dijo.

- ¿Marines? ¿Aquí? -preguntó Shorukusen- No hemos encontrado el menor rastro de...

Laendenou le mostró la daga. La cruz de la empuñadura era un indudable símbolo del bizarro Imperio de la Humanidad.

- Ese objeto no prueba nada -resolvió Yaahansy- pudo haber sido robado a años luz de aquí o a una patrulla interplanetaria que se detuviera aquí para repostar.

- Créeme, joven brujo. Los marines espaciales no se dejan robar sus pertenencias por humanos vulgares -Laendenou miraba fijamente la daga- Este objeto pertenece a un oficial. Y un oficial humano nunca se mueve sin su escolta o su ejército.

- Pues en la parte este de la ciudad no hay la más mínima evidencia de marines espaciales -informó por fin Shorukusen.

Mientras andaban hacia la puerta de entrada, la vidente continuaba intrigada con el artefacto. Se dió cuenta de que la empuñadura era hueca y en su interior sonaba algo, como si fuera un sonajero. Intentó sondar el pasado del artefacto con su mente. Vió a un humano. Un humano muy anciano, casi calvo y con una túnica marrón y blanca. Le vió en el interior de un gran edificio cuyas paredes rebosaban de repisas con libros, una biblioteca. Estaba sentado leyendo...

La mente se le turbó otra vez y fue expulsada de aquellas visiones. Su cuerpo se sacudió imperceptiblemente y la daga estuvo a punto de caérsele entre los dedos.

- ¡Maldición! -espetó mientras se guardaba el arma en el interior de su túnica- ¡Hemos de averiguar cuanto antes qué es lo que nos impide utilizar nuestras habilidades...!

Se detuvo. Pensó que sus habilidades no se estaban viendo mermadas. Había utilizado la psicokinesis sin ningún problema para abrir los armarios. Pero no podía utilizar su habilidades de precognición y adivinación. Así pues la merma de sus habilidades era selectiva. Miró a los brujos, quienes sin duda estaban leyendo su mente. Ambos le hablaron a la vez tras llegar a la misma conclusión.

- Alguien no quiere que sepamos lo que ocurrió aquí.

- Mi señor Shorukusen -un guardián llamó al brujo desde un despacho- venid a ver esto.

Siguiendo la orden de Laendenou, todos los guardianes abandonaron el “departamento de policía” y la siguieron mientras montaba en su Falcon. Shorukusen apareció instantes después y entró. Llevaba lo que le había dado el guardián; planos de la ciudad grabados en papel. La columna se dirigió hacia el lugar donde los exploradores decían haber encontrado humanos vivos.

La marcha era lenta ya que algunas calles eran angostas. Laendenou volvió a coger la daga y a indagar en su pasado esperando que, de alguna manera, el estar encerrado en el Falcon la protegiera de aquella influencia. Volvió a ver al anciano humano. Estaba de pie y se dirigía hacia un humano mucho más joven que estaba sentado en la biblioteca, leyendo. Empezaron a hablar, una estúpida conversación entre dos mon-keigh. Poco después el joven salió de la sala y se empezó a oír una sirena de alarma. La vidente empezó de nuevo a sentir cómo su mente se quedaba en blanco, pero resistió. El anciano salió y habló un poco más con el joven, que luego montó en un vehículo y se marchó. A Laendenou le era familiar la cara del joven, pero decidió concentrarse más en seguir explorando el pasado. Hubo otro sonido, de otra frecuencia que la alarma. El anciano caminó hasta un escritorio y abrió un compartimento...

Incapaz de continuar, la vidente se recostó en el asiento extenuada y con un leve mareo y un dolor de cabeza que se disiparon al instante. Estaba sudando por el esfuerzo de la concentración. Los brujos se mostraron preocupados por ella y los tranquilizó. Recordó de pronto dónde había visto al joven de su visión. Muerto, en el interior de una de las granjas de las afueras de la ciudad.

Mientras tanto, el Falcón salió de las callejuelas y entró en una amplia avenida. El piloto contactó con la vidente al ver que un brujo se acercaba con su escolta de guerreros. Entonces oyó al brujo hablándole con la mente, diciéndole que detuviera el tanque. Laendenou salió por la rampa y el brujo le mostró lo que había encontrado; un arma. Al examinarla la vidente reconoció que era un bolter de los marines espaciales, pero uno mucho más decorado y detallado que los que había visto. Yaahansy y Shorukusen salieron del tanque y la vidente les mostró el arma. Al poner la mano en la empuñadura sintió algo familiar. Sacó la daga que encontraron en aquel edificio y acercó su empuñadura a la del bolter. Finalmente dijo:

- Estas dos armas pertenecen al mismo marine espacial.

Extrajo el cargador del arma, manipulándola como si conociera hasta los más mínimos detalles de su funcionamiento. Sintió algo extraño en los proyectiles, similar a lo que sentía cuando escuchaba el cascabeleo de la empuñadura de la daga. Era una esencia muy poderosa, similar a la de una joya espiritual pero muy diferente, humana. Preguntó al tercer brujo dónde la habían encontrado y le señaló la entrada de un enorme edificio, mayor que la mayoría de los que lo bordeaban, que estaba justo al final de la avenida.

Una vez frente a la blanca fachada el brujo le dijo que el arma estaba cerca del gran agujero que se abría en el centro de una calle trasversal. La vidente pasó sobre un poste de iluminación derribado y se acercó al agujero. Olió la impensable pestilencia que surgía del subsuelo y se ajustó la máscara de su yelmo. Al mirar abajo y ajustar los fotorreceptores de su visor vió un oscuro pasillo subterráneo con las paredes cubiertas de un lodo pegajoso.

- Son sus sistemas de desalojo de desperdicios -dijo- pero no sé qué pudo provocar este agujero. No hay marcas de los explosivos químicos humanos y ninguna de las máquinas que hemos visto podría hacer algo así.

- Quizá cayó algo como esto desde el edificio -dijo Yaahansi, quien miraba por un estrecho callejón lateral del edificio.

Al doblar la esquina vió a lo que el joven brujo se refería, un esqueleto de barras metálicas formando una pirámide alargada que estaba incrustado en el suelo. A su lado había un cadáver humano vestido del mismo modo que los del “departamento de policía”. La deformación de sus miembros parecía indicar que cayó desde una gran altura.

- Es una antena de comunicaciones. ¿La han derribado desde el edificio?

Miró hacia arriba. No había ningún saliente o soporte para aquella estructura en la fachada. Si antes estaba sobre aquel edificio, debía ser en la azotea.

- Eso parece -dijo Shorukusen-. Junto a este humano.

La vidente observó detenidamente la fachada mientras volvía a su vehículo. Luego ordenó al tercer brujo que lo inspeccionara con sus guardianes, entró en el vehículo junto a sus brujos y reemprendieron la marcha. Llevaba el bolter en las manos. Una vez sentada lo empuñó y se concentró. Vio la misma arma metida en una caja empotrada oculta detrás de unos libros en la misma biblioteca que había visto antes. Apareció el anciano, pero ahora estaba ataviado con una servoarmadura de marine espacial. Quitó los libros, abrió la caja y se colgó el arma del hombro por la correa. Luego se puso una gran túnica adaptada al volumen de su armadura y se enfundó una ancha espada. El anciano estaba ahora mucho más nervioso. Salió de la biblioteca y montó en una motocicleta humana, igual a las que había visto cerca del “departamento de policía”. Apareció de nuevo el torbellino que desbarataba su mente cuanto más hondo pretendía indagar. Esta vez se concentró en averiguar su procedencia. Notó que se hacía más fuerte conforme avanzaban, hasta que le derrotó de nuevo y salió del trance.

- Sea lo que sea lo que nos impide usar nuestros poderes -dijo entre jadeos- proviene de la zona en la que aún hay humanos vivos.

Shorukusen empezó a hacer gestos con la cabeza. Luego dijo:

- Mi señora Laendenou, me informan algunos exploradores de que han examinado una gran parte de la zona oeste de la ciudad sin encontrar rastro de vida o algo que no hayamos encontrado ya.

- El remanente humano parece haberse desplazado a la zona norte -respondió la vidente- dudo que encontremos algo de importancia en la zona sur. Que algunos escuadrones de motocicletas a reacción hagan un barrido rápido de la zona sur de la ciudad.

- Sí, mi vidente -dijo Yaahansi- por cierto, creo que esta gran explanada en la zona norte de la ciudad es la zona de aterrizaje de la ciudad.

Laendenou tomó el plano que el joven brujo había estado estudiando mientras éste entablaba contacto con los líderes de los escuadrones de motocicletas. En efecto, casi las dos terceras partes de la zona norte de la ciudad eran ocupadas por un gran llano libre de edificios. Yaahansi no había sabido traducir el gótico imperial de las leyendas del papel, pero la vidente vio con claridad que en aquella explanada decía “Puerto Espacial”.

Minutos después el Falcon seguido del Cañón de Prisma y algunos guardianes a pié se detuvieron en una plaza cercana a las calles ocupadas por humanos. El inmenso montón de cadáveres quemados que ocupaba la mayor parte del lugar era el mismo que en las otras plazas.

Laendenou se acercó a un explorador que miraba por una esquina. El explorador le dijo de mirase lo que él veía y ella le puso dos dedos sobre la cabeza. Mirando por los ojos del explorador la vidente vió una avenida similar a la que acababa de ver. A lo lejos, cerca de una intersección, varios humanos oteaban las calles desde las ventanas de los edificios. El explorador le dijo telepáticamente que había centinelas humanos en todas las calles que daban acceso a la zona norte de la ciudad. “¡Mi señora Laendenou, allí!” le apremió Yaahansi telepáticamente. El brujo estaba señalando al cielo. Al seguir su dedo la vidente vió tres brillantes puntos que se acercaban velozmente. Al acercarse más empezó a oirse un gemido como de motores. Los tres puntos brillantes resultaron ser tres naves con sus campos de fuerza destelleando para protegerlas de la abrasadora fricción de la atmósfera del planeta. Los humanos de las ventanas empezaron a gritar vítores que fueron captados por los receptores auditivos de Laendenou. Entre los gritos distinguió un nombre que le heló la sangre.

- ¿Slaanesh?

- ¿Mi señora...? -dijo Shorukusen.

- Están... ¡Están alabando a Slaanesh! ¡Esos mon-keigh están alabando a Slaanesh!

- ¡Cultistas del Caos! -dijo Yaahansi- ¡Esta es la fuerza que ha arrasado la ciudad!

Las naves se aproximaban al interior de la zona norte de la ciudad. Sus escudos habían sido desactivados y su fuselaje era ahora bien visible. Los símbolos del Caos y del Dios Oscuro Slaanesh cubrían las planchas de blindaje de arriba abajo.

- ¡Son naves de asalto! -dijo Laendenou- ¡Salgamos de aquí antes de que esta ciudad se llene de marines del Caos!

La tropas a pié empezaron a replegarse hacia la zona este. Laendenou corrió hacia el Falcon. Un leve sonido la alarmó. Un imperceptible sonido de choque piedra contra piedra. Al darse la vuelta vió que un humano les estaba espiando por una esquina. El mon-keigh había pisado un escombro y eso era lo que había oído. Sin perder un instante desenfundó su pistola shuriken y disparó. Una andanada de pequeños discos aserrados se clavó en la esquina del edificio pero el humano ya había huido. Los brujos y los guerreros cercanos empuñaron sus armas y la siguieron. Al doblar la esquina vió que no era uno sino cinco humanos. Corrían hacia los centinelas de las ventanas disparando sus toscas armas al aire y vociferando que había intrusos. Shorukusen arrojó su lanza bruja mientras las armas shuriken de los guardianes emitían llamaradas azuladas a la vez que lanzaban oleada tras oleada de pequeños discos plasticristalinos. Uno de los humanos quedó ensartado por la lanza mientras el resto era atravesado y despedazado por las pequeñas sierras. La lanza voló de vuelta a las manos del brujo antes de que el humano tocara el suelo.

Empezaron a oírse gritos de las calles que daban al norte. Los humanos habían oído los gritos y los disparos. Los eldars debían darse prisa en huir de allí antes de que las naves aterrizasen. Los guardianes a pié empezaron a correr con la legendaria agilidad eldar mientras los tanques eran abordados y salían despedidos con toda la fuerza de sus motores gravíticos.

El artillero del Falcon de la vidente estaba muy nervioso y oteaba el cielo sin parar desde su cabina. Repentinamente vió por una de las pantallas que mostraban la vista posterior del tanque que una de las naves les estaba persiguiendo.

Laendenou recibió el mensaje telepático del artillero justo cuando acababa de dar la orden a todo su ejército de replegarse hacia las afueras de la zona este de la ciudad.

- ¡Nos persiguen! -dijo- ¡Los humanos les han avisado de nuestra presencia!

Oredenó al piloto que saliera de aquella avenida y se metiera en algún sitio más angosto. El tanque gravitatorio tomó la primera esquina, utilizando al máximo sus turbinas vectoriales para girar en el menor espacio posible. El Cañón de Prisma le siguió y la gargantuélica forma de la nave pasó de largo. Los numerosos cañones montados en su panza giraron y abrieron fuego sobre los guardianes. Explosiones de plasma y misiles de propulsión química hicieron estragos en los indefensos eldar carbonizando y despedazando a la mayoría de ellos y reventando el pavimento bajo sus pies. Laendenou pudo oír los aullidos psíquicos de las almas de aquellos guerreros mientras se extinguían bajo el devastador ataque. Incluso las piedras del alma de los guardianes habían sido destruidas. La vidente sintió las almas de los muertos perdiéndose en la disformidad, atraídas por Slaanesh. Se horrorizó al sentir que las almas se extinguían una a una mientras el Príncipe del Placer las devoraba ávidamente.

Los cristales de las ventanas de los edificos reventaban al paso de la mole de metal y cuando ésta activó los motores de su panza para ganar altura dos manzanas de edificios se fundieron literalmente por la presión y el calor. Los tanques aparecieron por una calle distinta a la que habían entrado. Varios guardianes se habían ocultado en calles transversales y acudieron hacia los tanques para subir sobre las plataformas gravitatorias, la torreta o donde buenamente pudieran. Una vez hubieron recogido a todos los supervivientes los tanques aceleraron hacia la zona este para reunirse con el resto del ejército y huir de la ciudad.

Laendenou abrió a medias la rampa de embarco del Falcon e hizo entrar a los heridos; luego ella se encaramó hacia el techo, tras la torreta. La nave se dirigía hacia la zona central de la ciudad. Si habían activado sus sistemas de detección al máximo podían detectar a cada unidad de su fuerza de expedición. Laendenou advirtió a cada líder de unidad que una nave pesada estaba sobrevolando la ciudad y que debían ocultarse lo mejor que pudieran mientras se replegaban. Al mirar hacia la zona norte vio las otras dos naves justo antes de que descendieran por debajo de las azoteas de los edificios y se ocultaran de su vista; estaban aterrizando. Empezó a recibir mensajes del piloto del Serpiente, diciendo que la nave les había encontrado. Dejó de percibir su telepatía justo cuando se oyó una serie de violentas explosiones provinientes del centro de la ciudad. Pese a su relativa lejanía, la fuerza de los impactos era audible aún desde aquella calle.

En las afueras de la ciudad, cerca de los restos de la batalla entre humanos y eldars oscuros, varias escuadras de guardianes esperaban órdenes. Aún seguían saliendo escuadras de la ciudad. Las motocicletas aparecieron zumbando a toda velocidad y se detuvieron cerca de uno de los brujos, que ya estaba allí. Oyeron un rugido de motores de alimentación química. Una enorme mole eclipsó el sol y los dejó en la sombra. La nave permaneció unos instantes sobre ellos y luego empezó a disparar sus múltiples torretas inferiores. Las motocicletas volvieron a salir disparadas justo antes de que una explosión de plasma segara el lugar en el que estaban. Varias escuadras de guardianes fueron despedazadas por un enjambre de misiles mientras las motocicletas volvían a entrar en las calles de la ciudad. El brujo desapareció sobre una explosión de plasma junto a todos los guardianes que le acompañaban. Los eldar que aún podían andar desaparecieron corriendo entre los edificios, que habían sido destrozados por las ondas de expansión de las armas de la nave. Por alguna razón, la nave no disparó a los eldars que ya habían entrado en las calles.

Los motores de la panza giraron para colocarse en un ángulo preestablecido y empezaron a disminuir su potencia lentamente. La nave empezó a descender. Tres articulaciones gigantescas como patas se extendieron para posarse en la tierra. El polvo era sacudido en todas direcciones al igual que los restos de la batalla y de los carbonizados eldars. Finalmente las patas tomaron tierra y la nave se apoyó sobre ellas con numerosos quejidos metálicos. Los motores se extinguieron y una rampa de abordaje posterior se abrió. Varias figuras bajaron a la superficie del planeta por ella. Todas iban embutidas en voluminosas armaduras saturadas de iconos del Caos. Se agruparon por escuadras frente a la rampa mientras más marines montados en motocicletas descendían. Uno de los marines en motocicleta lucía una armadura especialmente recargada; y su motocicleta también mostraba varios símbolos que le proclamaban como un líder importante, incluida la marca de Slaanesh en su peto, sobre su corazón. Antes de bajar de la rampa se volvió hacia a trás y habló a los tripulantes del hangar de desembarco de la nave:

- ¡Seguid dando vueltas alrededor de las zonas sur y oeste de la ciudad! ¡Impedid que los eldars la abandonen, pero no matéis a ninguno dentro de estas calles! ¡Los quiero a todos vivos!

Luego bajó de la rampa seguido por el voluminoso aunque deforme sarcófago caminante de un Dreadnought. La máquina deambulaba como si su ocupante estuviese aturdido, dando de vez en cuando una imprecisa zancada a un lado. La parte superior del sarcófago estaba erizada de rectos tubos, como los de un gran órgano instalado en una catedral. Una vez que el Dreadnought hubo desembarcado la rampa se cerró y la nave volvió a activar sus motores. Mientras las tropas del Caos se alejaban la nave se elevó y se alejó hacia el sur bordeando la línea de edificios que separaban la ciudad del desierto.

El líder abrió un compartimento de su motocicleta y extrajo una pequeña caja metálica con una ventanita de cristal, un proyector holográfico. Al activarlo, el aparato creó en el aire una imagen del plano de la ciudad. Volvió a hablar mientras tocaba el holograma con un dedo:

- La escuadra Grakan patruyará las afueras de este sector de la ciudad con sus motocicletas. Snepta irá con su escuadra y el hermano Klatkort a tomar esta plaza. El resto se dirigirá a esta otra plaza. ¡Si me entero de que algún eldar ha huido por la zona este de la ciudad me encargaré de que todos los que quedéis con vida acaben como Klatkort! -añadió señalando al vacilante Dreadnought.

Alissandras caminaba lo más pegado posible a los edificios seguido por los Guardianes Espectrales y el Señor Espectral. Estaban en una callejuela estrecha pero suficiente para que las esbeltas estructuras de los no vivos pasaran sin dificultad. Encontraron los restos de otra motocicleta Guadaña de los eldars oscuros. Pasaron sobre ella y continuaron. La calle desembocaba en otra avenida, demasiado abierta para ocultarse pero era el único camino que conocía de aquella asquerosa ciudad mon-keigh para llegar a las afueras de la zona este. Entonces recibió los mensajes de los supervivientes al bombardeo de la zona este, diciendo que una nave había desembarcado allí sus tropas. Poco después recibió la telepatía de Laendenou, quien le dijo que había recibido el mensaje y ordenó a todos que la nueva zona de repliege era el edificio identificado como “departamento de policía”. Tras recibir esos mensajes Alissandras y los suyos deshicieron su camino por la callejuela. Una gran mole ocultó el sol y los no vivos se agazaparon mientras la nave del Caos sobrevolaba la avenida cercana. El Señor Espectral se agachó ágilmente para su estatura. Una vez la nave se alejó reemprendieron su marcha.

Al llegar Alissandras al nuevo punto de reunión las motocicletas ya estaban allí. Poco después llegaba un Falcon, pero no era el de Laendenou. Alissandras ordenó que se distribulleran por las calles cercanas a fin de no ser descubiertos por las naves. Si bien estaba claro que, con sus sensores, podían verles fácilmente, pero era mejor no ponerles las cosas más fáciles. Mientras se estaban moviendo otra nave se acercaba. Todos empezaron a correr en todas direcciones. La nave llegó a su altura y abrió fuego. Un único disparo de plasma que alcanzó de lleno al Falcon y desintegró su blindaje orgánico. Tras ello la nave pasó de largo con su tétrico rugir de motores levantando el polvo del asfalto y agitando las llamas que surgían de los restos del tanque gravitatorio. Minutos después se acercaron el Falcon de la vidente y el Cañón de Prisma, ambos cubiertos de guerreros que se sujetaban como podían. Les seguían varios guardianes y exploradores. Cuando se reunieron con ellos Laendenou saltó de detrás de la torreta del Falcon al suelo.

- ¡Alissandras! -dijo al brujo visiblemente aliviada- ¡Temía que tu piedra del alma hubiera tenido que ejecutar su función!

- No, mi señora -respondió Alissandras tristemente- pero no soy capaz de hablar con nuestros hermanos brujos -miró a Yaahansi y Shorukusen-. Temo que hayan caído.

- Los que estamos aquí somos los únicos supervivientes, lo sé -dijo Laendenou con resignación- Entremos en el edificio. No podemos vagabundear por las calles a la espera de que esas naves nos destruyan.

Los guerreros entraron en la comisaría mientras los vehículos se posaban bajo el techo de un recinto en el que se leía por todas partes “PARQUE MÓVIL”. Los cuerpos humanos fueron llevados a las celdas del calabozo mientras los brujos y la vidente se reunían en una sala.

- No podemos salir de la ciudad -decía Alissandras-. Las naves nos obligan a permanecer entre estas calles. He oído el grito de muerte de nuestros hermanos en las afueras, pero yo mismo he visto cómo una de las naves pasaba por encima nuestro sin disparar ni una sola vez.

- En cualquier caso han eliminado a más de la mitad de nuestra expedición -dijo Laendenou- no tenemos más rememdio que huir. No podemos enfrentarnos a las tropas de tres naves de asalto con nuestros actuales efectivos.

- ¡Esto tiene cada vez menos sentido! -se preocupaba Shorukusen- ¿Qué hacen los seguidores del Caos en nuestra trampa para los oscuros?.

- Los asuntos humanos nunca tienen un sentido claro -dijo Yaahansi con desprecio- Lo importante ahora es salir de esta ciudad maldita antes de que la conviertan en una zona de caza. ¡Para nosotros!.

- En efecto, joven brujo -dijo Laendenou-. Pero apenas salgamos a campo abierto serán esas naves las que nos cacen.

- ¡Esas arcaicas naves humanas no pueden permanecer en vuelo eternamente! ¡Tienen que reponer su suministro de combustible y cuando lo hagan nos iremos de aquí y nos dispersaremos por el desierto hasta el punto de salida!

- Es improbable que las tropas del Caos nos dejen escapar de una forma tan inocente -le reprendió Shorukusen.

- ¡No son más que mon-keigh humanos! ¡Despreciables humanos!

- Te equivocas, joven iluso. Estos humanos cuentan con el favor de los Dioses Oscuros. No tienen nada que ver con los humanos que hasta ahora has visto.

Un escandaloso estruendo de explosiones les llegó por la ventana. Al asomarse Laendenou vió cómo una de las naves estaba haciendo una pasada por las afueras descargando todo su arsenal sobre los edificios exteriores.

En la zona norte de Longbow Port, las tropas del Caos estaban organizándose por escuadras por la enorme explanada de plastocemento del área de aterrizaje. Las dos naves de las que habían desembarcado ya no estaban. Un grupo de pequeños, en comparación con los marines del Caos, humanos custodiaba el más grande de los edificios que bordeaban la explanada equipados con vulgares armas de caza. El edificio en forma de pirámide de cristal era la torre de control de la zona de aterrizaje. Una pequeña antena de comunicaciones servía para contactar a corto alcance con los cargueros comerciales, pero hacía unos minutos con quien habían contactado era con las naves de asalto del Caos. Las grandes puertas frontales se abrieron automáticamente y una enorme figura salió del interior. Cuando vió a su nuevo ejército congregado al fin ante sus ojos, Zaul’Yreesh extendió sus alas y profirió un gran rugido. Los marines de Slaanesh le respondieron alzando sus voces metálicas y sus gritos distorsionados. La cacofonía sónica fue tan potente que la pirámide de cristal explotó, dejando tan sólo su esqueleto metálico mientras fragmentos transparentes caían como una lluvia. Tras ser recibidos de aquella forma los Paladines de las escuadras se apresuraron a arrodillarse frente al Príncipe Demonio para recibir sus órdenes.

- ¿Donde está Nayatros? -preguntaron las voces de la garganta de Zaul’Yreesh.

- Por allí se acerca, mi príncipe -respondió un Paladín Ruidoso señalando a la zona de aterrizaje.

A lo lejos, más allá de la extensa pista de plastocemento, se acercaban varios motoristas. Estaban tan alejados que ni siquiera se oía el ruido de los motores, pero el marine Ruidoso les había oído perfectamente. Los motoristas pasaron entre las escuadras formadas en silencio, se detuvieron en formación frente al demonio y desmontaron. El Paladín Consagrado Nayatros se acercó al grupo y se arrodilló frente a Zaul’Yreesh junto a sus camaradas.

- Desde este momento tomo el mando de esta partida de guerra -le dijo el demonio con desdén- Tu mando se limitará a tu escuadrón de motoristas.

- Por descontado, mi príncipe -respondió sumisamente Nayatros-. Mis... vuestras tropas han tomado la zona este de la ciudad siguiendo vuestras órdenes. Nada ni nadie podrá abandonar Longbow Port por allí.

- Espero que esos marines se hayan dado prisa en entrar en la ciudad, porque he ordenado a las naves que vuelen todos los edificios colindantes de este estercolero antes de marchar. Con todos los caminos cortados ningún eldar podrá salir de aquí.

En efecto, las tres naves, cuya masa conjunta era como una quinceava parte de la ciudad, estaban describiendo círculos alrededor de Longbow Port abriendo fuego con su armamento más pesado. Un gran cañón doble instalado en el lateral de una de las moles volantes disparó una descarga de plasma que hizo desaparecer una hilera de grandes edificios en una explosión de fuego blanco. Al extinguirse la luz y el humo una línea de ciento cincuenta metros de edificios había sido fundida y sólo quedaba un negro abismo de veinte metros de profundidad y escombros por todas partes. La ciudad entera estaba siendo rodeada por una corona de fuego y destrucción. Tras unos minutos de intenso bombardeo toda la ciudad excepto la zona norte estaba rodeada por un surco de plastocemento y piedra fundida.

Las explosiones eran audibles desde cualquier lugar de la ciudad, incluso desde la zona norte. Cuando se hubieron extinguido Zaul’Yreesh empezó a hablar a los Paladines:

- Bien. Esta ciudad será conocida como la que propició la conquista de este débil sistema por las huestes de nuestro dios Slaanesh. ¡Jah! ¡El resto de habitantes de este mundo ni siquiera sabe que estamos aquí! ¡Pero lo sabrán! ¡Oirán los gritos de sus congéneres mientras son sacrificados en honor al Príncipe del Placer! -todos gritaron alabanzas a Zaul’Yreesh y a Slaanesh-. Ahora escuchad; hay un molesto grupo de humanos que se oculta en las alcantarillas. No he podido erradicarlos con esta hueste de imbéciles -miró hacia los cultistas que aún permanecían en el edificio y señaló a los centinelas de las ventanas- y por supuesto mis demonios se extinguieron en cuanto acabó la batalla principal, pero ahora quiero que vosotros los destruyáis. ¡No dejéis ni uno vivo!.

Los paladines asintieron con más alabanzas.

- ¿Y esos eldars, mi príncipe? -preguntó Nayatros alzando la cabeza- ¿Qué hacen aquí?.

- Ah, si. Los eldars -el demonio sonrió-. ¿No resulta irónico que utilicemos su propia trampa para atraparles a ellos?.

- ¿Mi príncipe...?

- Os sorprendería lo charlatán que puede llegar a ser un eldar oscuro cuando se le hace partícipe de un sacrificio en honor a Slaanesh. Toda su fama de resistencia al interrogatorio se desmorona en instantes. Es una pena que a Slaanesh le desagraden los eldars corrompidos.

- ¿Debemos capturarlos, príncipe? -preguntó Desgarrador, el Paladín Ruidoso. La mandíbula de su casco era redonda y tenía una rejilla, como un altavoz. Su voz era distorsionada por el artefacto, que estaba conectado por varios tubos a su nuca y su generador dorsal, de modo que no era más que un torrente de palabras metálicas y sonidos huecos.

- Haced lo que os plazca con ellos. Pero ya sabéis lo que se ha de hacer al matar a un eldar en nombre de Slaanesh.

Los paladines asintieron antes de levantarse, unirse a sus escuadras y distribuirse por las calles. Las tres naves emprendieron su vuelo hacia el espacio exterior para tomar posiciones antes de saltar al espacio disforme.

En la comisaría, los eldars aguardaban el regreso de los motoristas que habían ido a inspeccionar los lugares bombardeados. Yaahansi discutía con Shorukusen telepáticamente. El joven preguntaba por qué no se podían ir de aquel apestoso edificio de una vez ahora que las naves se habían ido. El veterano le decía que si se encontraban una calle bloqueada por un edificio derruido podían quedar atrapados por las fuerzas del Caos.

Laendenou estaba frente a la puerta principal a la espera. Se oyó el rítmico sonido ondulante de una motocicleta a reacción antes de que un motorista entrara por la puerta y aterrizara en medio de la gran zona de recepción.

- Mi señora Laendenou -dijo el motorista- Han destruido por completo las afueras de la ciudad. Muchas calles están cegadas por edificios derrumbados... y han excavado un foso a base de disparos. Nada que no sea capaz de elevarse en el aire puede salir de aquí.

El resto de motoristas regresaron uno a uno con idénticas noticias. Laendenou vió claro que pretendían cazarlos. Entró en la sala donde estaban los brujos y les informó de lo que decían los motoristas.

- ¡No lo tendrán fácil para cazarnos! -exclamó Shorukusen.

- Me temo que así será -dijo la vidente- con los humanos de su parte conocen bien esta ciudad; podrán prepararnos emboscadas donde quieran. Pero hay un lugar que parece que nadie conoce bien -hizo que Yaahansi pusiera los planos de la ciudad sobre una mesa-. Ved; estos son los mapas de las cinco zonas de la ciudad. En éste se muestra el espacio aéreo y en estos, los detalles de los caminos y avenidas. Pero no hay ninguno de los servicios de evacuación de desperdicios.

- ¿Nos ocultaremos allí? -preguntó Yaahansi con asco- ¿Bajo tierra rodeados de residuos de humanos?.

- Si aquí no hay ningún mapa de los túneles que forman este sistema no tenemos razón para creer que ellos dispongan de uno.

- ¿Y si esa es precisamente la trampa, mi señora Laendenou? -se preocupó Shorukusen- ¿Por qué han dejado aquí todos estos planos en lugar de utilizarlos?.

- Quizá no los necesitan.

- ¡Precisamente! ¡Quizá sólo cogieron el mapa de los túneles de residuos porque ya disponen de cualquier otra información!

- Un momento...

La vidente hizo callar a todos con una mano mientras recibía un mensaje telepático de los guardianes que estaban amontonando cuerpos humanos en las celdas. Tras unos momentos dijo:

- Tenemos un prisionero vivo.

Laendenou y los brujos bajaron las escaleras hacia el sótano y entraron de nuevo en el largo pasillo. En una celda antes vacía había ahora no uno sino cuatro humanos retenidos por los guardianes. Eran patéticos mon-keigh de corta edad vestidos con harapos y despidiendo un insoportable hedor. La vidente habló telepáticamente con uno de los guardianes preguntándole de dónde habían salido. El guardián le dijo que no lo sabía; simplemente aparecieron en el pasillo y ellos les detuvieron.

- ¿De dónde habéis salido? -Laendenou habló a los humanos en un gótico imperial aceptable.

Los humanos la miraban enfadados sin decir una palabra. Ella ordenó que sacaran a uno. Los humanos se defendieron y el prisionero tuvo que ser arrastrado a golpes mientras el resto era reducido. Laendenou le levantó agarrándolo por la ropa. Los brujos lo inmovilizaron mientras ella posaba dos dedos sobre su frente ennegrecida por la suciedad y empezaba a leer su débil mente.

- No están con las tropas del Caos -dijo en su lengua-. Son un grupo rebelde que se oculta en las alcantarillas.

- ¿Alcantarillas? -preguntó Yaahansi.

- Así es como llaman a su sistema de evacuación de residuos. Estos cuatro habían venido aquí a recoger armas y a explorar.

- ¿Cómo? -preguntó ahora Shorukusen.

- Hay un pasadizo al fondo del pasillo que da acceso a las alcantarillas. Se abre pulsando un resorte camuflado en la pared -la vidente guardó silencio mientras sondaba más profundamente los recuerdos del mon-keigh- Ellos han vivido ocho días en las alcantarillas. Las conocen bien. Pueden servirnos de ayuda.

La vidente quitó la mano de la cara del mon-keigh y se limpió los dedos con el interior de su capa. El humano forcejeó pero los brujos lo tenían firmemente sujeto. Laendenou le habló de nuevo en gótico imperial.

- Llévanos ahora mismo a vuestro campamento. No somos servidores del Caos. Vuestro enemigo es nuestro enemigo -el humano no dijo palabra. Laendenou volvió a poner dos dedos en su cabeza y el humano empezó a agitarse- Lo diré de otra manera: llévanos a tu campamento o te convertiré en un vegetal.

El humano empezó a gritar por el dolor que sentía en su cabeza. Los otros humanos intentaron abrir la celda y gritaron improperios a la vidente que fueron acallados por los golpes que los guardianes les propinaban a través de los barrotes. El interrogado pareció decir palabras con sentido y Laendenou cesó en su tortura psíquica.

- ¿Qué ha dicho? -preguntó Yaahansi.

- Está de acuerdo -le respondió la vidente.

Empezaron a oír mucho ruido y alboroto en el piso de arriba. Los brujos recibieron mensajes de todas las escuadras. Las fuerzas del Caos avanzaban sobre ellos.

Los marines del Caos dispararon sus deformes armas provocando una nube de pequeñas explosiones que cuarteó la fachada de la comisaría y segó la vida de algunos eldars. Un paladín disparaba su pistola bolter desenfrenadamente y la recargaba con rapidez cuando el indicador numérico se volvía rojo. Acertó a un eldar en la pierna y luego dos veces en la cabeza cuando estaba en el suelo. Miró con alegría cómo la gema incrustada en su peto cambiaba de un oscuro amarillo rojizo a un ámbar brillante al absorver el alma del muerto, y luego vió por un segundo cómo un explorador eldar dirigía el visor láser de su rifle hacia él desde una ventana. Un instante después el marine del Caos moría con un ojo atravesado por una aguja tóxica.

El Dreadnought del Caos, Klatkort, derribó la muralla embistiéndola como si fuera una locomotora descarrilada y penetró en el patio. Habiéndose activado por el sonido de gritos y disparos, el sarcófago caminante se movía ahora con más vivacidad y ansia. Alzó dos cañones gemelos acoplados a lo que parecía ser su brazo derecho y abrió fuego. Una andanada de proyectiles destrozó la fachada de la planta baja del edificio y a varios eldars que se defendían en el patio. Klatkort gritó histéricamente por sus amplificadores mientras acribillaba a todo lo que tenía delante; incluidos dos de sus camaradas.

Dos vehículos gravitatorios eldars aparecieron por una esquina y sus armas empezaron a saturar de proyectiles shuriken las líneas del Caos. El Cañón de Prisma empezó a sobrecargar su arma principal apuntada directamente al Dreadnought, que ahora permanecía inmóvil. Un marine disparó un misil a través de un tubo instalado directamente en su hombro. El misil se estrelló en la torreta del Cañón de Prisma y produjo una explosión de fuego que no tuvo el menor efecto. El letal haz de luz del prisma iluminó al Dreadnought y a algunos marines cercanos. Los marines fueron consumidos por la tremenda energía del rayo y el sarcófago crepitó por el intenso calor generado y cayó de bruces al suelo entre una nube de humo.

Se oyó un estruendoso rugir de motores cuando varios marines en motocicleta pasaron por el agujero en la muralla hecho por Klatkort acribillando a varios eldars con las armas instaladas en sus vehículos. El motorista en cabeza partió en dos por la cintura a un guardián con una gran cuchilla que salía del blindaje de su motocicleta y luego embistió la puerta principal. La barricada levantada con mesas y pedazos de madera no resistió el envite y el marine entró descontroladamente en el edificio seguido por su escuadrón. Los marines a pie se apresuraron a seguir a los motoristas mientras varios civiles cultistas del Caos llegaban al lugar.

Los guardianes estaban retrocediendo por el interior del edificio. Laendenou intentó subir a ayudar pero Alissandras se lo impidió.

- ¡Salid de aquí! -le gritaba mientras la empujaba hacia el estrecho pasadizo que los humanos habían abierto.

- ¡No! -reprochaba ella- ¡Mi lugar está con mis camaradas!

- ¡Vais a salir todos por ese pasaje! ¡Tú y tus camaradas!

- ¡¿Y tú?!

- ¡Altherakhrano no entrará en ese pasaje! ¡Y mi lugar también está con mis camaradas!

Una vez acabó de hablar Alissandras bregó por avanzar entre el torrente de guerreros que corrían en sentido opuesto, hacia el pasadizo al fondo del calabozo. Hizo caso omiso de los gritos de la vidente, y luego de sus intentos de contacto telepático. Se reunió con los Guardianes Espectrales y se dirigió a la zona designada como “parque móvil”.

Los motoristas habían abandonado sus monturas de metal y se habían enzarzado con los eldars en un encarnizado combate cuerpo a cuerpo por el control de la entrada. La mayoría de los marines se habían unido a ellos, pero la puerta no era lo bastante ancha y todos querían avanzar a la vez; lo que junto a la resistencia de los eldars les mantenía fuera. Los exploradores disparaban desde las ventanas del piso superior a las tropas del patio. Cinco civiles cultistas fueron abatidos por sus agudos proyectiles envenenados antes de que el resto respondiera al fuego y segara a un explorador de su puesto. Las ventanas de la planta baja empezaron a ser invadidas por los marines.

En el patio, la única presencia eldar eran los tanques gravitatorios. Las armas de la torreta del Falcon lanzaron una lluvia de disparos láser que hicieron estragos en una escuadra de marines y la obligaron a huir. Varios disparos bolter y de las armas de los cultistas rebotaron en sus alas antigravitatorias sin mucho efecto. El piloto del Falcon respondió disparando las catapultas shuriken instaladas bajo su cabina, que despedazaron a un par de humanos pero no hirieron a ningún marine. Los humanos llegaban en incansables oleadas pero por suerte eran fáciles de abatir.

El piloto del Cañón de Prisma efectuó una pasada con el cañón shuriken y segó los brazos y piernas de tres marines, que cayeron agitándose por el dolor. Se distrajo un instante observando los estertores de dolor de los seguidores del Caos antes de volver a alinear el cañón shuriken; entonces vió una gran masa negra elevarse tras sus cuerpos. El Dreadnought se estaba incorporando ayudándose con el gran martillo instalado en su brazo izquierdo. El artillero del Cañón de Prisma recibió su mensaje y volvió a apuntar su torreta hacia el monstruo metálico, ahora con gran parte de su torso ennegrecido por su primer impacto. El Dreadnought se incorporó y emitió un coro de sonidos por los tubos y cuernos de su lomo. Era una grave y cacofónica melodía que hizo que en él cundieran el pavor y la desesperación. Se sintió atrapado dentro de la cúpula de cristal de su torreta. Quiso salir a toda prisa para huir de aquella claustrofobia. Cuando recuperó la cordura el Dreadnought estaba completamente restablecido y apuntaba con sus cañones directamente hacia él.

El piloto sintió una sacudida cuando el sarcófago andante les alcanzó con sus disparos. Un grupo de marines le dispararon y atravesaron el blindaje del flanco provocando más sacudidas. Pitidos de alarma inundaron su puesto de pilotaje y las runas del panel de control parpadearon desordenadamente.

El Dreadnought avanzó hacia el tanque inmovilizado. Su huésped se permitió unos segundos para mirar el vacío donde antes estaba la torreta y al piloto debatirse con los controles intentando poner en marcha al vehículo. Segundos después la cabina fue aplastada bajo un golpe de su martillo de trueno y explotó por la descarga de energía. El Falcon fue asaltado por los cultistas, que empezaron a golpear las cabinas intentando alcanzar al piloto y al artillero. Una gran forma se movió detrás del tanque. Varios cultistas fueron arrancados de encima de su blindaje y arrojados en todas direcciones con tal fuerza que quedaban destrozados al estrellarse. El Señor Espectral cerró sus manos sobre dos más y los aplastó antes de lanzárselos al cercano Dreadnought, manchándolo con el rojo de la sangre. El Falcon se puso en movimiento y embistió a cuanto enemigo encontró por el patio. El Dreadnought apuntó sus cañones hacia su digno rival, pero el androide eldar le golpeó el brazo derecho con sus puños y deformó los cañones. Entonces el martillo de trueno se balanceó de lado a lado pero el Señor Espectral se movía con la agilidad de un ser vivo en comparación con el chirriante Dreadnought y lo evitó. La máquina eldar golpeó de nuevo sobre el sarcófago, sin efecto esta vez.

- ¡Adelante Altherakhrano! -gritó Alissandras al Señor Espectral mientras avanzaba a su espalda con los Guardianes Espectrales- ¡Khaine nos mira en este día! ¡Ofrezcámosle nuestro mejor sacrificio!

Los Guardianes Espectrales habían desacoplado de sus espaldas sus Cañones Espectrales. Apuntando a algunos marines que avanzaban hacia la puerta, dispararon. Las armas no emitieron más que un creciente zumbido, pero varias explosiones multicolor se sucedieron entre los marines del Caos a medida que se abrían agujeros en la realidad entre el espacio material y el espacio disforme. Los inmensos cambios de gravedad aplastaron a toda la escuadra, que quedó reducida a un amasijo de metal y carne retorcidos. Alissandras se unió al fuego de los no vivos con su pistola shuriken, mutilando a cuantos humanos sin armadura se cruzaran en su línea de tiro. Cuando fue a disparar a otro el brujo sintió su mente torturada por la melodía que manaba sin cesar por los tubos del Dreadnought y falló el blanco.

El Dreadnought volvió a balancear su gran martillo, amagando por alto para acabar haciendo un barrido a la altura de las piernas del Señor Espectral. El movimiento alcanzó a una de las extremidades de Atherakhrano, que gritó agudamente por sus sintetizadores como lo haría cualquier ser herido. Entonces el tanque caminante le embistió de frente dándole un golpe que le hizo trastabillar hasta caer sobre los restos del Cañon de Prisma. El androide eldar se apartó justo a tiempo antes de que un nuevo martillazo destrozara el blindaje del maltrecho tanque.

Los cultistas, vulnerables y débiles pero muy numerosos, se lanzaron por encima de los marines del Caos sobre los eldars que bloqueaban la entrada al edificio. Un humano fue atravesado por un largo cuchillo cristalino, pero el eldar no pudo sacar su arma a tiempo de evitar ser decapitado por el tajo de un marine del Caos, junto al humano. Otro cultista arrancó el yelmo a otro eldar y le metió los dedos en los ojos. Un marine manejaba una curva espada sierra del revés, con la chirriante hoja hacia abajo, propinando tajos que sajaban enemigos por doquier a medida que avanzaba entre ellos. Hubo un gran destello y varios guardianes fueron incinerados cuando otro marine del Caos disparó un tubo lanzallamas de su intrincada arma.

En los calabozos, Shorukusen estaba junto al pasadizo haciendo pasar a cuantos más guardianes mejor. Cuando le llegó el turno a un líder de escuadra, éste le dijo que cerrara el pasadizo, que ellos se quedarían fuera para eliminar cualquier evidencia de su ubicación. El brujó le miró paternalmente unos momentos y luego cerró. Inmerso en la penumbra, Shorukusen alabó para sus adentros el alma de todos los guerreros que habían quedado al otro lado de la puerta.

El titánico combate entre Klatkort y Altherathrano continuaba igualado mientras los humanos se lanzaban contra la Guardia Espectral. Los no vivos volvieron a disparar. Dos humanos se descuartizaron entre destellos de colores y un tercero simplemente desapareció. Alissandras disparó y su objetivo resultó partido a la altura de la cintura. Su arma se quedó sin munición y, mientras los Guardianes Espectrales le cubrían, concentró toda su rabia y su furor hasta convertirlos en una descarga de energía que ondulaba entre sus manos en forma de relámpago. Al extender los brazos el relámpago se desató crepitando y lanzando chispas. La fugaz descarga alcanzó a los cuatro humanos más cercanos, cuyos humeantes cuerpos fueron despedidos hacia atrás de forma salvaje. Más mon-keigh adoradores del Caos cayeron sobre ellos y empezó lo que el brujo sabía que sería su último combate.

El Señor Espectral cojeaba visiblemente de la pierna derecha, lo que limitaba su agilidad frente al Dreadnought. Evitó por poco otro martillazo vertical y golpeó en el hombro. Brotaron chispas por el choque pero no hizo el daño deseado. Entonces la cabeza del martillo de trueno se separó del brazo y quedó colgando por una gruesa y tintineante cadena cuyos eslabones estaban rematados con espinas afiladas. Klatkort lanzó un golpe con aquella pesada maza y cadena hacia la cabeza de su rival, pero éste se agachó. El sepulcro del Caos balanceó la cadena hacia el otro lado y la estrelló contra las esbeltas piernas del androide. La maza giró un par de veces por la inercia arrastrando la cadena alrededor de sus rodillas y, al tirar de su brazo, el Dreadnought derribó al Señor Espectral, que cayó de espaldas aplastando a uno de los humanos que corrían por el patio para asaltar el edificio. Una de sus pesadas patas se posó sobre el pecho de Altherakhrano y empezó a aplastar el hueso espectral de su blindaje. Los sintetizadores del androide no emitieron ningún sonido mientras su cabeza quedaba separada de las extremidades al ser su cuerpo destrozado por el peso del Dreadnought. La segunda pata del sepulcro se posó sobre su cabeza y la aplastó igualmente, destruyendo así la joya espiritual contenida en su interior. Su grito victorioso se unió a la melodía de sus tubos.

Alissandras gritó de deseperación e ira cuando vió al tanque andante aplastar a Antherakhrano. Mientras sus irritados ojos se fijaban en el yelmo que hacía las veces de cara del Dreadnought, sus manos se unieron y destellearon para sintetizar su rabia en un nuevo relámpago blanco. El brujo extrajo el máximo de energía posible de la disformidad para que su ataque fuera digno de la venganza del Señor Espectral, pero de pronto sintió su poderosa mente desgarrada. Un demonio disforme le había atrapado y estaba devorando su espíritu. Alissandras cayó de rodillas gritando y agarrándose la cabeza con amabas manos tras quitarse el yelmo. Brotaron lágrimas de sus ojos por la intensidad del dolor y la angustia.

Los Guardianes Espectrales, sin la guía del brujo, quedaron desconcertados. Pero reaccionaron al sentir que los cultistas se lanzaban sobre ellos. Su fuerza era considerablemente mayor que la de los humanos pero ellos eran muy pocos. Los humanos forcejearon por arrebatarles sus armas. Un Guardia Espectral retorció la cabeza de un rival hasta que mirase hacia atrás y otro partió el pecho de otro humano de un puñetazo. El resto de humanos retrocedieron, no antes de que un tercero resultara atravesado por la mano extendida de otro no vivo.

Aún de rodillas y recuperándose del ataque del demonio de la disformidad, Alissandras buscó rápidamente su pistola shuriken por el suelo. La encontró a su derecha. La recogió y se hirguió tras reemplazar el cargador. Al hacerlo encontró al Dreadnought justo ante él, con el condenado órgano de su lomo gimiendo una música demencial. Empezó a dispararle mirando con frustración cómo los proyectiles rebotaban en su blindaje. La enorme maza y cadena se movió de lado a lado partiendo el cuello del brujo en su trayectoria. Los Guardianes Espectrales sintieron cómo el alma de Alissandras se extinguía de su cuerpo y era contenida en su piedra del alma. Se dispusieron a disparar al Dreadnought con sus armas y fueron embestidos. El primero fue atropellado literalmente por las pesadas zancadas del mausoleo andante. Klatkort movió su brazo de arriba abajo; la cadena le siguió y lanzó la maza sobre un no vivo, que desapareció de la vista aplastado contra el suelo. Un Guardián Espectral saltó sobre el yelmo que contenía el visor del huésped, cegándolo. El Dreadnought pareció enloquecer y empezó a girar sobre sí mismo y a sacudirse desesperadamente de un lado a otro. Los otros dos no vivos corrían alrededor del tanque andante evitando la ondulante cadena y esperando una oportunidad de atacarlo; pero éste empezó a correr de frente contra la muralla, a la que embistió de nuevo. Los pedazos de piedra y plastocemento de la muralla se esparcieron por toda la calle exterior cuando Klatkort chocó con ella, y los restos de hueso espectral del no vivo cayeron entre los escombros a sus pies. Al girarse, Kratkort partió por la cintura a otro Guardián Espectral con la afilada cadena. El último no vivo corrió a ponerse a su espalda, pero fue placado por varios adoradores. Mientras apenas era contenido en el suelo por los humanos, el Dreadnought hizo que su brazo recogiera la cadena. La maza se volvió a ensamblar en el brazo formando el martillo, que Klatkort descargó sobre el grupo de humanos, aplastando el cuerpo del no-vivo y destrozando a algunos cultistas sin que ello le importara. Un cuerpo de Guardián Espectral al que le faltaban las piernas se aferró a los bajos del Dreadnought y empezó a arrancar varios cables de su cadera entre chisporroteos y descargas eléctricas. Una gran para mecánica se alzó y descargó todo el peso de aquella máquina sobre su cabeza.

Los últimos eldars eran eliminados en los pasillos interiores. Los marines dejaron vivo al líder de la última escuadra y lo condujeron fuera del edificio entre golpes y empujones. Ahora que se había extinguido el ruido de la batalla, el Dreadnought volvía a estar aletargado. Un marine le ordenó salir del patio y esperar en la calle de fuera y lo hizo, con zancadas imprecisas que serían imposibles de creer en la máquina que había cargado con tanta furia hacía sólo unos minutos. El prisionero salió despedido por la puerta a causa de un tremento puñetazo. Al caer en el suelo los cultistas empezaron a patearlo gritando alabanzas a los Dioses Oscuros y llamándole “infiel”.

Momentos después un Rhino y varios marines motoristas llegaron por la calle exterior. Nayatros bajó de su motocicleta y Desgarrador salió del vehículo junto a su escuadra de Marines Ruidosos. Al entrar en el patio vieron el reducido campo de batalla en el que había transcurrido todo. El patio estaba sembrado de cadáveres; los restos de un Falcon ardían cerca de la entrada mientras otro tanque similar yacía en la esquina del edificio.

- ¡Buscad el cuerpo de su comandante! -gritó Nayatros, dando por supuesto que el comandante eldar estaría muerto.

Los cultistas dejaron de golpear al eldar cuando oyeron la voz de Nayatros y se apartaron cuando éste y los otros marines se acercaron. El prisionero fue agarrado por el cuello por un guante blindado y alzado en el aire por encima de las cabezas de los que le rodeaban. La sangre de sus heridas manchó la mano de Nayatros.

- ¿Dónde está tu líder? -dijo el paladín acercando la cara del eldar a la suya.

El eldar no habló, estaba intentando respirar. El paladín lo arrojó de cara al suelo, partiéndole la nariz. Lo volvió a levantar por la nuca.

- Espero que hables mi lengua, desgraciado -le dijo- porque si no te aseguro que va a ser una larga tarde.

Volvió a lanzarlo de cabeza a sus pies. Miró alrededor suyo a los marines, quienes le hicieron gestos de duda, indicando que no habían encontrado al comandante eldar. El eldar fue izado de nuevo por un tobillo.

- Tengo poca paciencia, eldar. Intentémoslo de nuevo -su otra mano atrapó el cuello al prisionero y empezó a estirarlo- ¿Dónde está tu líder?

- Mm... Muerto... -el eldar consiguió hablar en gótico imperial. Su cara estaba roja y la saliva escapaba de entre sus labios.

Nayatros lo dejó caer y lo levantó, manteniéndolo de pié por un hombro.

- ¿Cómo dices? -le dijo, burlón.

- Está muerto -el eldar tosió ásperamente- fue alcanzado por el bombardeo mientras nos esperaba a las afueras de la zona este.

- Sí, milord -dijo un marine cercano que estaba escuchando- a bordo de nuestra nave ví cómo un eldar con túnica era reventado -el marine se rió- fue muy divertido.

- El eldar miente -Desgarrador dejó oír su voz metálica.

Apenas oyó a Desgarrador, Nayatros golpeó al prisionero en las costillas; se oyó un chasquido y éste gritó de dolor.

- ¿Quieres dártelas de listo, estúpido? -le gritó enojado- ¡Pues no tengo tiempo para estupideces!

Verás, éste de aquí es Desgarrador –acto seguido le agarró por el cuello- y podría oír los latidos de tu corazón bajo una montaña de estiércol. Tiene un oído tan fino que hasta puede oír cuando mientes.

El la cara del eldar empezó a constreñirse por el colosal esfuerzo que necesitaba para respirar. Nayatros le acercó hasta tenerlo a unos centímetros de su rostro. El ojo biónico del paladín giró sobre su eje para ajustarse a corta distancia.

- Te voy a dar una última oportunidad antes de soltar a estos perros –hizo un gesto hacia los seguidores que se habían congregado a su espalda- ¿Dónde está...?

El eldar le escupió en el ojo sano antes de que terminara su pregunta. La saliva ensangrentada se deslizó hacia su cuello. Se relamió la mejilla para saborear su sangre y le propinó un cabezazo en plena cara, partiéndole la nariz y salpicándose de aún más sangre. Sin apenas esfuerzo lanzó al eldar a seis metros rebotando sobre el pavimento y yendo a parar junto a los despojos de uno de sus tanques. Se dignó dirigir una última mirada a aquel cuerpo frágil antes de volver hacia su motocicleta.

- Es vuestro –dijo a los fanáticos civiles en su camino de vuelta.

Como una jauría de lobos habrientos tras un pedazo de carne, aquella turba se lanzó hacia el prisionero, que hizo un leve intento de huir antes de quedar sepultado bajo los golpes y los gritos histéricos.